Santuario Guadalupano de Zamora en Michoacán.
Fotografía de Ricardo Galván Santana y Francisco Magdaleno Cervantes.

lunes, 4 de abril de 2011

Réquiem por Alfredo Peña Ramos de Ario de Rayón, Michoacán, Segunda Parte - Amparo Solís Barragán

En su primer aniversario luctuoso

* Ex veterano de guerra * Impulsor del beisbol en Ario y también de los coros parroquiales

 AMPARO SOLÍS BARRAGÁN
 
SU COLABORACIÓN EN LA PARROQUIA

En 1981 regresó definitivamente a vivir a Ario, con su esposa Mercedes (a quien él llamaba Chela no sé por qué) y su única hija, Tere.

Con el visto bueno de los párrocos de Ario, Javier López y Herminio Hernández, que fue en la época de su mayor plenitud, logró la integración de varios coros, el primero de ellos fue en 1984 llamado Santa Mónica, en honor a la patrona de la parroquia, compuesto por Silvia Peña, Consuelo y Anita Ortiz, Anita Martínez, Locha Martínez, Socorro Peña, Ofelia Godínez, Ma. Luisa Ochoa, Carmela Valadez y Josefina Ríos. Algunas ya murieron, pero el coro se reforzó con nuevas voces como las de Leonor Salomón, Ma. del Carmen Reyes, Rosa Bueno, Yolanda Bautista y Mercedes Lara.

Por falta de tiempo para los ensayos, la Sra. Silvia Peña se separó del coro Santa Mónica, pero con su familia formó el “Coro Tierra Fértil”.

En 1994 Alfredo formó un coro de niñas y niños, al que puso por nombre “Santa Cecilia”, del que surgieron las entusiastas Lupita Hilario y Any Bueno, quienes con sus familiares y amigos formaron el coro “Los Hermanos Hilario” y “Cristo y la Nueva Generación”, respectivamente.

El 22 de abril de 2007, cuando su salud se veía un poco deteriorada, los integrantes de los diferentes coros y el pueblo se organizaron para hacerle un pequeño homenaje por 23 años de servicio a la parroquia.

A pesar de sus achaques de salud, acudía puntual los sábados para acompañar con el órgano los cantos que ensayaba entre semana. Poco a poco fue dejando la misa de niños (del domingo 8:30 de la mañana) al Coro de Lupita Hilario, y él se hizo cargo sólo de la misa del sábado por la noche.

Al sentirse más impedido físicamente para acudir a las celebraciones eucarísticas, enseñó a Consuelo Ortiz a tocar el órgano para que en su ausencia ella fuera la que musicalizara la misa, para que el Coro Santa Mónica siguiera participando. Cosa que hasta la fecha sucede, pues él ya no pudía acudir a las celebraciones porque “ando en mi caballo de acero” (silla de ruedas), me decía cuando platicábamos por el Internet, charlas en las que siempre se despedía de mí de esta manera: good bye, Alfredín.

Sus comentarios eran cortos, siempre sobre la fiesta a Santa Mónica o acontecimientos, como el Cantamisa de Chuchín Barragán, y varias veces me dejó porque “ya es hora de rezar el rosario”.

Nunca perdió su carisma risueño y tranquilo a pesar de sus dolores.

La última vez que platiqué con él me presumió que sus dos mujeres (Tere y Mercedes) lo habían consentido con una deliciosa comida, el día de su cumpleaños número 84.

Al morir dejó una familia pequeña: 1 esposa, 1 hija, 4 nietos, 2 bisnietas. Pero su mayor obra espiritual lo acompañó a la presencia del Señor.

Fotografías:
* Alfredo en su homenaje, junto con los coros.
* Con el Coro de Ario y el Coro San Agustín.
* Última oración.

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