Santuario Guadalupano de Zamora en Michoacán.
Fotografía de Ricardo Galván Santana y Francisco Magdaleno Cervantes.

jueves, 28 de abril de 2011

CRI PROMOTÓN Centro de Rehabilitación Infantil de Zamora I - Forjadores de esperanzas - Jaime Ramos Méndez



La forja es el arte de doblegar la dureza del hierro para transformarlo en obra de arte. El herrero utiliza en la fragua el poder del fuego. Calienta hasta el rojo vivo. Logra hacer maleable la dureza del metal. A merced del artesano, el férreo elemento se doblega al golpeteo certero del mazo y adquiere forma y figura. Para templarlo, del calor extremo se pasa al enfriamiento brusco en agua fría, que estalla en vapores al tiempo que extinta vence. Así surgen el cancel, el barandal, la celosía… Y a todas las opciones se les  califica luego como “artísticas”.

La desesperanza aguarda a la vuelta de cualquier esquina, emerge del quirófano y aguarda en un cunero; se anida en la desolación de la noticia de por vida; se instala en la certidumbre del futuro incierto; no detiene el torrente amargo, lo acoge sin medida.

Algo ha salido mal en la maravilla de la creación y no hay reclamo posible. De la nada surge la fortaleza para afrontar sin enfrentar, aceptar sin discutir, hacer algo frente al desierto de opciones. Nada será igual en adelante. Un ave ha nacido sin alas y no encontramos resignación para verla reptando. Contemplamos sin creerlo las ventanas cerradas, las puertas remachadas, los caminos que llevan a ningún lugar. Estamos solos. Es dura la desesperanza. Es un  bloque de hierro.

Algunas lágrimas han caído en un tramo de suelo yermo y lo ablandan. Asoma del suelo candente un retoño más ínfimo que inexplicable. Su existencia no se justifica por alguna otra cosa que no sea un milagro. Seguramente ha caído del cielo. Nadie tampoco sabe por qué comienza a contagiarse. Germina multiplicándose como si no quisiera extenderse y se extiende; como si no quisiera convencer, y convence.

Es un rayo de luz que rompe la oscuridad del desasosiego y guía nuestros pasos inciertos hacia una salida que nadie habíamos contemplado ni en sueños. Es pequeña, pero es una estrella. En su lejanía existe. Es una esperanza.

 Las manos amasan el barro y le dan forma en el molde del ladrillo. Es uno solo en la jornada que ya lleva horas incontables bajo un sol que abrasa. La pira arde,  sofoca de humo la tarde y lo cuece junto a los demás que, igual, se tornan rojos. A lomo y arrojado por el viento hasta el camión, es apilado y va rumbo a su lugar en el edificio que va tomando forma. Queda en una pared que oirá cientos de historias y será testigo de transformaciones inauditas. Será parte del laboratorio de una alquimia prodigiosa que tornará en alegrías las desesperanzas. No es sólo otro ladrillo en la pared; es parte material de la esperanza.

Los hombres de hierro le dan nombres impronunciables e incomprensibles a las tragedias. La ciencia médica les dice al oído los argumentos que repiten para intentar en vano hacer llevadera y comprensible la desolación. Como si entender consolara.

 La esperanza forjada es el único antídoto de las recetas con rostro de epitafio y los pronósticos que saben a condena. Los hombres de hierro esbozan sus diagnósticos para cerrar puertas y ventanas, cortar caminos y dejar naves a la deriva. Otros, echando mano de los mismos fierros, avanzan en selvas que se cierran al paso de la breña, tienden brechas en parajes desiertos y encuentran rutas en las efímeras estelas del mar. Celebran la realización de los imposibles y la instalación de la alegría en el paraje de la tristeza.

La esperanza es una perla a cultivar. Un milagro que por cotidiano pierde precio en los mercados mundanos y se torna un mundo entero para quienes sobreviven sólo con ella, enarbolada como el estandarte de una lucha sin treguas ni final. Es una locura quijotesca que deshace el entuerto torcido de la vida. Es un tobogán cuesta arriba en la bendita espiral de la recuperación y el bálsamo fertilizador que hace “brotar retoños en la carne talada”.

Forjar esperanza en el vacío sideral. Sembrar en tepetate para cosechar indiferencia. Romper con silencios la gritería que oferta las cosas desechables de la vida. Proponerle a la legión de solitarios que la fraternidad todavía es posible. Tenderle la mano a la conciencia manca y pretender correr con el animal rastrero…

 La primera, es la forja de un corazón de hierro que se haga resistente a la propia frustración, desesperanza y miedo; y en su interior conserve un calor intenso al rojo vivo, la fragilidad dúctil que se conserve sensible y la voluntad férrea que logre metas cotidianas.

Son forjadores de esperanzas que han abierto las puertas de la oportunidad de unirnos a este magno proyecto, de sumarnos al milagro, de hacerlo también nuestro.

Este artículo fue publicado originalmente en el Semanario Regional Independiente Guía en abril de 2009.

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