La construcción de El Igarteño se remonta a finales del siglo XIX, en el culmen mismo del porfiriato en todo México, cuando el auge de las grandes haciendas era grande en todo el país. La riqueza agrícola del valle de Zamora no fue la excepción. En estas mismas páginas hemos dado cuenta de la grandeza que simbolizan, aún hoy día, los cascos de las haciendas de El Cerrito y de Los Espinos. Fue don Maximino Verduzco, hombre de aquellos bastos sembradíos en esta región, quien mandó construir esta singular edificación.
Está ubicada en Jacona, en las mismas faldas del Cerro de La Cruz, en un terreno que hasta hace no mucho tiempo cruzaba uno de tantos afluentes del legendario río Duero que se han desecado, más por el abuso de su cauce que con el tiempo. Por cierto, una de las características de esta finca es el aprovechamiento de ese cauce en una canalización y caída de agua que fue utilizada en su tiempo para la producción de energía eléctrica, industria energética de la cual en esta región somos pioneros a nivel nacional. El agua fue aprovechada, además, para accionar un pequeño molino de trigo.
El edificio es en sí una escuadra de 54 por 36 metros, en dos plantas. Consta de un patio, dos jardines, un acueducto, una bodega para herramienta, tres almacenes de grano, un almacén de harina y un cuarto de máquinas, en la planta baja, y de seis habitaciones, comedor, cocina, sala, tres baños y dos terrazas, en la planta alta. Actualmente esta configuración ha cambiado en muchos aspectos a causa de las distintas remodelaciones a que se ha sometido el edificio.
La forma arquitectónica del inmueble no es arbitraria, se deriva de dos necesidades fundamentales de su época: la defensa y el aprovechamiento de los agentes naturales.
El clima templado de Jacona, privilegiado, muy agradable en todas las estaciones del año, sin cambios bruscos de temperatura, permitió crear en El Igarteño espacios semiabiertos que permitían a sus moradores convivir plenamente con el entorno natural que les rodeaba. Esta es una de las razones por las que consideramos que El Igarteño reúne características de la arquitectura bioclimática.
Los materiales empleados en su construcción son también un ejemplo del aprovechamiento de los elementos propios del lugar y la región: adobe en sus muros; barro en las tejas de sus techumbres y en las losetas para pisos; madera en la estructura de sus techos y en puertas y ventanas; tejamanil, en sus tapancos que, por cierto, son otro elemento térmico de la arquitectura tradicional de la región, y piedra braza para los cimientos, los pisos y la estructura del acueducto.
La forma en que se utilizaron estos materiales en las diversas áreas del edificio corresponde también al entorno natural del lugar en que está ubicado:
Los techos de teja son inclinados, lo que es adecuado a la generosa temporada de lluvias en la región, que suele presentarse entre finales de mayo y finales de septiembre.
Las ventanas son amplias y tienen postigo, lo que permite abrirlas completamente durante el día y cerrarlas completamente durante la noche.
Los espacios más semiabiertos de la finca están plenamente integrados al resto de la misma: terrazas, patios y jardines.
Los desniveles del edificio obedecen a la pendiente tan marcada del terreno en que se encuentra. Como ya dijimos, es en las faldas del Cerro de la Cruz, en Jacona.
El Igarteño es un edificio que refleja nítidamente una época en que el hombre vivía en una estrecha y permanente comunión con el entorno natural que les rodeaba. El campo se reconocía, sin lugar a dudas, como la principal fuente de trabajo y cimiento fundamental de toda la economía de la región. Las grandes haciendas llegaron a extenderse tanto, que fue necesario contar con una hospedería que a la vez sirviera como almacén y bodega para los granos.
El número de dependencias de la hospedería correspondió a la estructura de las familias de aquel tiempo, que además de sus propios miembros, de por sí numerosos, contaban con un buen número de ayudantes para los quehaceres domésticos.
Podemos resumir diciendo que esta obra respetó la forma de ser y sentir de aquella comunidad y por tanto se plasmó en ella la identidad de los quienes la habitaron.
En este mismo sentido hay que recalcar que el edificio es de género eminentemente habitacional y de servicios.
Esto se debe a que lo generó una necesidad específica de hospedar a los hacendados y al mismo tiempo la necesidad de guardar adecuadamente el grano de las cosechas.
Imágenes
* Los cróquis son de la propia arquitecta Angélica María Ramos Méndez.
* Las fotografías son de Alberto Vázquez Cholico.
3 comentarios:
LASTIMA QUE LA CASA YA SE ESTA CAYENDO, ME GUSTARIA QUE LA RESTAURARAN.SALUDOS A LA FAMILIA TORRES Y EN ESPECIAL A JUAN CARLOS ALIAS EL CHUCKY
Si estaría bueno que se restaurara
ES PATRIMONIO DE LOS JACONENSES, TIENE QUE SER RESTAURADA
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