Semana Santa en la Zamora de los cincuenta
(Primera parte)
Francisco Miranda Godínez
En revista Relaciones.
Estudios de Historia y Sociedad.
El Colegio de Michoacán
A doña María Luisa Fernández
Justificación
Recordar los aconteceres idos es una de las formas de salvar la memoria colectiva y saber otras formas de vivir: Las que nos conformaron a quienes ahora estamos rebasando los cincuenta. Uno de los beneficios de la edad es darnos la posibilidad de recordación que incorpora al presente etapas de infancia y juventud; ahora al final de siglo pretendemos ocuparnos de la forma de celebración de la Semana Santa en los lejanos años de la Zamora de los cincuenta.
La cultura de los tiempos y de los lugares sacros va siendo suplantada por otros valores que dejan de lado las motivaciones tradicionales para sustituirlas con otras vivencias de muy distinta índole. El recapitular los recuerdos y darles una interpretación es una empresa con enorme carga subjetiva lo que la hace obviamente discutible.
La herencia michoacana y su conformación cultural es el resultado de una profunda evangelización desde los primeros años de la presencia española. De los cronistas de las distintas órdenes podríamos recoger detalles de celebración de los tiempos sacros para compararlos con lo que nos tocó conocer, especialmente en las regiones serranas e indígenas de nuestro estado, y nos asombraríamos de la fidelidad que se ha guardado a la tradición. Entre las celebraciones tradicionales ocupan lugar destacado las cuaresmales que culminan con la Semana Santa.
Desde los años sesenta ha habido una serie de modificaciones litúrgicas que han influido profundamente en las vivencias tradicionales y dan fundamento y justificación a este repaso memorioso de otros tiempos.
Si se quisieran señalar las principales modificaciones, no es la menor el intento de reducir la distancia entre la celebración popular y la litúrgica que antes tenía la ayuda, para su preservación, de la lengua latina que con la adopción de la lengua vernácula ha dado amplio cauce a una renovación y adaptación constante.
De lo abigarrado de los ritos se ha llegado a su simplificación -la que en algunos casos se antojó iconoclasta - para de nuevo empezar a adquirir las galas de nuestro genio cultural que les vuelve a dar plasticidad recuperando algunos elementos tradicionales y creando otros, aunque ya sean irrecuperables muchas de las vivencias comunitarias que constituían la Semana Santa.
Primeras vivencias
De mis recuerdos no recupero elementos suficientes del carnaval que es el principio de la cuaresma pues en mi pueblo había desaparecido totalmente, aunque todavía sobreviva en las comunidades indígenas. El entorno zamorano también lo había perdido cuando me tocó venir a vivir acá a fines de los cuarenta.
Ya fue de mi experiencia, y sigue siendo de la de muchos de mis lectores, la celebración del miércoles de ceniza en que la devoción por ir a tomarla hacía que el cien por ciento de la población –incluidos aquellos que sin fe ni creencia definida encontraban de mala suerte empezar el tiempo de cuaresma sin ese rito- se marcara con la cruz que en la liturgia recuerda el fin último del hombre.
La cruz de ceniza en las frentes no debía borrarse sino lucirse en la calle y en los lugares de trabajo para dar testimonio de que se había cumplido con el rito o la devoción y no se pudiera imputar ser descreídos. -aunque las profundas motivaciones fueran de muy distinta índole.
Las mismas damas de los rumbos alegres, aquí en Zamora el de Los Dolores aparecían en grupo para tomar la ceniza con sus superioras, dando pública prueba de una fe a la que ofrecían ese testimonio de piedad ante su imposibilidad de cumplirla en su integridad por su función social y la debilidad de la condición humana.
Parte importante de las vivencias del tiempo de cuaresma lo constituían los ejercicios espirituales que se pro gramaban para las distintas semanas en las iglesias de la ciudad. Los predicadores trataban de convence r de la urgencia de la conversión y la importancia de la penitencia.
Como ambiente general de la ciudad se imponía el disminuir las con vivencias y los festejos profanos o volverlos discretos. La moderación en los gustos se ayudaba comunitariamente buscando una mortificación o penitencia durante el santo tiempo de la cuaresma, que en el caso de los devotos de Baco consistía en darle un corto respiro al hígado y calma pasajera a las preocupaciones de los familiares que vivían sosegados mientras no llegaba la misma Semana Santa al final de la cual llegaba el fatídico desquite del Sábado de Gloria o del Domingo de Resurrección.
En la cuaresma se organizaba, por parte de las Hermandades de Atotonilco (en Guanajuato), la peregrinación a la Casa Santa donde practicaban por toda una semana los ejercicios de encierro, costumbre popular en nuestros pueblos casi ya perdida.
Impresionaba en aquellos años ver tomar el ferrocarril a los grupos indígenas para ir al Santuario, o bien saber que cubrían en varias jornadas la distancia de sus pueblos al sitio de la peregrinación penitencial bastante distante como que se encuentra situado en las vecindades de San Miguel Allende. De allá volvían tranquilizados y purificados, vestidos de blanco y adornados con flores, cuando los celadores los entregaban a los familiares.
Devoción constante de todo el año, favorecida por los terciarios franciscanos, era la del Viacrucis que se veía aumentada en este tiempo y practicada por las mayorías que una vez a la semana se unían a una alma piadosa que les guiara las estaciones, recitándoles un texto improvisado o aprendido que se repetía y que se iba combinando con el rezo del padre nuestro y el avemaría.
En cada una de las iglesias existían los cuadros del viacrucis, devoción popular al margen de las celebraciones de los sacerdotes que lo institucionalizaban sólo en la Semana Santa.
El Viernes de Dolores
Del rezo del Viacrucis y el afianzamiento de los buenos propósitos con la práctica de los ejercicios cuaresmales se entraba ya al tiempo de la pasión en la semana anterior al Domingo de Ramos que se hacía notar por el cubrir las imágenes de los templos con lienzos morados, excepto el crucifijo, color que también se usaba en los ornamentos de las celebraciones cuaresmales para indicar la penitencia.
Era tradicional de la cuaresma el prohibir las velaciones y otras fiestas que rompieran la austeridad del tiempo.
La Semana Santa se pre paraba con la Semana de Pasión dentro de la cual caía el viernes de Dolores. En ese día se formaban altares a la Dolorosa que adorna dos con los símbolos de la pasión hechos de papel y decorados con banderitas también de papel con figuras recortadas y la decoración con macetas de trigo germinado y de lenteja, daban vistosidad a los altares de Dolores.
La chiquillada acudía a visitar los altares, verdadero orgullo de dos o tres familias -las señoritas Guante se distinguían en su casa de Colón- y todo mundo se veía atraído por la delicadeza de los adornos y el cuidado de poner todo a admiración de los vecinos, el agua fresca de limón con chía, tamarindo o jamaica- las lágrimas de la Virgen Dolorosa congregaba a todos en el rezo del rosario añadido a la novelería de la llegada de los ausentes que venían a visitar a los familiares, era un último respiro antes de entrar al rigor de la Semana Santa.
La vistosidad de los colores litúrgicos del tiempo se combinaba con los de los árboles en Floración, el lila de las jacarandas o el rojo encendido de los tabachines, y con la floración de las magnolias y de los naranjos se inundaba de olores la primavera recién estrenada.
El Domingo de Ramos
Mientras que para otras ciudades el Domingo de Ramos se convertía en una feria, así la de Peribán en la primera parte del siglo y la de Uruapan a partir de la pérdida de importancia del primero, para Zamora no había expectativa mayor salvo el adquirir las magníficas palmas decoradas de los comerciantes de la sierra que se exponían en el atrio de la catedral.
La concentración de la Semana Santa la iba a lograr el santuario del Señor de la Salud, el Calvario, cuya calle se empezaba a llenar de puestos de frutas de la temporada, sandías y mameyes especialmente.
La catedral había perdido el atractivo de la ceremonia de la seña en que los canónigos desfilaban por la ancha nave vestidos en sus mantos fúnebres arrastrando caudas y precedidos por el deán que llevaba el estandarte negro con una cruz blanca en el medio la cual iba hondeando como señal de la Santa Cruz.
Se concentraban en la catedral, con la presencia del obispo, de los canónigos y la asistencia de los seminaristas, los oficios litúrgicos cantados en latín, entre ellos el oficio de las tinieblas que se tenía en los primeros días de la Semana Santa. El canto gregoriano reunía a las familias más tradicionalistas que eran devotas de seguir en el recogimiento de la iglesia catedral aquellos ritos misteriosos detrás de la lengua latina.
El Señor de la Salud
De don Salvador Díaz he podido allegar algunas de las noticias más importantes sobre el culto de la imagen más venerada de Zamora y que está en el corazón de los zamoranos como ninguna otra. La Semana Santa es sólo la culminación del culto que se le rinde al través de todos los viernes del año, donde la visita al Calvario es una de las rutinas más respetadas y fomentadas en el seno de la familia.
El santuario del Calvario es tuvo ligado a las familias tradicionales, principalmente a los García a cuyos miembros de principios del siglo pasado se debió su reconstrucción y el fomento del culto a esa imagen de caña de maíz de apenas ocho kilos de peso que debió haber sido factura de los talleres de imagineros de Pátzcuaro, quienes al parecer recogieron la técnica pre hispánica de fabricación de los dioses que se llevaban a las guerras.
Se tiene como tradición que Vasco de Quiroga rescató esa técnica de maceración del corazón del maíz ligado con la goma de una orquídea de los bosques michoacanos, para emplearla en la hechura de imágenes, al grado que él mando hacer la Virgen de la Salud que se venera en el santuario de Pátzcuaro para que presidiera la capilla del hospital de Santa Marta de su capital episcopal hace 450 años.
No es de la finalidad de estas memorias hacer la historia de la imagen y de su culto. Sabemos que en la década de los cincuenta dos devotas descendientes de los García, Luisita y Rosita García Saínz, eran las encargadas de cambiar los algodone s embalsamados de las llagas de la imagen y renovarlos con nuevos, en preparación de la procesión del miércoles santo de que luego hablaremos. Los algodones viejos se recogían y eran devota s reliquias que repartían entre los enfermos que tenían a devoción invocar e n sus dolencias la salud al señor del Calvario.
De las devotas García ha pasado la atención de la imagen a don Salvador Díaz que ha seguido haciéndose cargo de su limpieza en preparación de la Semana Santa. El martes de la semana de pasión, don Salvador prepara la imagen que en la última restauración recuperó su color más claro al ser librada del hollín que se había venido acumulando por años con el humo de velas y veladoras que ofrendan los devotos.
Se ha terminado por consejo de los restauradores la costumbre de embalsamar algodones y poner los en contacto con el delicado material de la imagen que inclusive ya no es sacada fuera del templo siendo sustituida por una réplica que no sé a qué escultor se deba. Doña Carmen García viuda de Rocha ha tenido devoción de renovar las rondanas de los clavos de la santa imagen para también ponerlas a la devoción de los enfermos.
Ilustraciones:
* Foto antigua de Zamora que muestra el templo de El Calvario.
* Foto de El Calvario de Pigs Batteresea publicada en Flickr.
* La capirotada, ¿como consuelo al ayuno?
* Foto de El Calvario de Pigs Batteresea publicada en Flickr.
* Files católicos acudiendo a El Calvario. Foto de Hiramindie publicada en skyscrapercity.
* Foto del altar de El Calvario publicada en visitmichoacan.com
* Detalle del Señor de la Salud que circula en internet.
2 comentarios:
Muy, muy interesante Jaime, gracias por compartirlo.
¿Conoció usted a los señores Pedro Rocha y Carmen García?
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