En aquellos días de mediados de 1952 los temas relacionados con las mujeres tenían especial relevancia. La campaña pro la decencia del vestir femenino estaba en boga. En la sección Consultas en Guía No 7, publicada el 31 de agosto de 1952, se lee:
“Varias personas, un poco alarmadas, han hecho la siguiente pregunta: HE VISTO A ALGUNAS JOVENCITAS ANDAR EN BICICLETA POR LA CALLE, ¿SERÁ CORRECTO? Respuesta: Así como hay trajes propios para el sexo masculino y vestidos destinados únicamente para el sexo femenino, así también hay bicicletas de hombre (con cuadro) y bicicletas de mujer (llamadas ‘de arco’ o SIN CUADRO). Si dichas jovencitas usan las primeras, cualquiera comprende que no es decoroso el hacerlo. Pero si utilizan las que son apropiadas para ellas, juzgamos que tal cosa no tiene nada de particular, suponiendo que traen falda honesta. Con todo, hemos de advertir que no existe en nuestro medio semejante costumbre y, por lo general, la gente toma a mal que las mujeres anden en bicicletas.”[1]
En defensa de la mujer fue un articulo de primera plana publicado en Guía No 9 el 14 de septiembre de 1952. El texto argumenta que Cristo fue el primer defensor de la igualdad entre hombre y mujer y que la Iglesia católica ha colocado siempre en un mismo plano los derechos matrimoniales del hombre y de la mujer. El vestido provocativo en la mujer, que seduce a los varones y mueve al pecado, es una nueva esclavitud de la mujer. El Obispo las exhorta a que se liberen de la humillación y del desprecio “para restituirles la alta y nobilísima misión que Dios les ha encomendado aquí en la tierra: ser esposas fieles, madres ejemplares y sacerdotisas del hogar”.[2]
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