Un sano ejercicio, el de caminar y pasear curioseando, se ha casi perdido en las ciudades que ahora le hacen el feo a sus antañosas costumbres pueblerinas. Corno un aire retrospectivo, ese gusto por ir a dar vueltas a la plaza nos pega de lleno cuando una tarde de domingo nos asomamos por ahí, después de misa en catedral. Al contemplar el bullicio, no pude menos que recordar a don Alfonso Iberri, un poeta de mi tierra, cuando en una ciudad de Estados Unidos rumiaba su aburrimiento dominical:
Domingo presbiteriano
que se amodorra de hastío
en el perímetro urbano:
soledad, pereza y frío
van tomados de la mano...
Y me imagino a don Alfonso, enfundado en su infaltable abrigo gros, caminando por alguna calle solitaria y silenciosa, sacando a pasear su hastío.
Muy otra es la impresión de un domingo en la plaza zamorana. Hay sorpresas, corno la de un señor que rifa pasteles.* Parece que cada domingo dedica las ganancias a alguna institución de servicio social: escuelas, orfanatorios, asilos; así, si uno no se saca de aquellos apetitosos pasteles, por lo menos se queda con la ilusión de haber contribuido con algo a una obra benéfica. Pero la cosa no termina allí: aquel hombre es corno un anuncio vivo de alguna tienda de abarrotes, peluquería o sacacallos, dentista o ropería. Es toda una empresa anunciadora que funciona muy bien en su intento multiusos.
En el kiosco la banda echaba su cuarto a espadas. El chorro de sonidos se extendía por los alrededores de la plaza, mientras los vendedores de chicharrones de harina, paletas, helados, aguas frescas, fruta picada, dulces, chicles, churros, tortas, salchichas y buñuelos hacían su agosto. Un amontonamiento de niños, cuyas galas domingueras, ya en plena decadencia, ostentaban chorretes de salsa, refrescos y jugos diversos se arremolinaba alrededor de los enormes canastos, de los carritos, de los "puestos". Mas todo eso abandonaban apresuradamente si la banda empezaba una "pieza", pues todo ese gárrulo alboroto se volcaba alrededor del kiosco. ¡Qué magnífico espectáculo! Cientos de niños se arrojaban a bailar con toda su alma, unos tomados de la mano de mamá o papá, otros formando grupitos –encadenamiento de brazos y ritmo– cayendo y levantando, con mocosa sonrisa contagiosa.
Mis consuegros (los Maass) pensaban en el paraíso de Tláloc, y casi no querían creer lo que veían. Para ellos –capitalinos ciento por ciento– era corno pasar a otra entidad física y anímica casi casi desconocida. Sin apenas damos cuenta entramos en esa corriente giratoria, enredados en la música, entreverados en la alegría inconsciente de la chiquillería. Les aseguro que fue un momento de exaltación indescriptible, verdaderamente excepcional.
Por eso digo que, teniendo a la mano la oportunidad de gozar de esas cosas pequeñas, vulgares, cotidianas, podemos curamos del deseo inmoderado de inventamos diversiones caras, de caer en el estéril consumismo. Vayamos a la plaza este domingo, y gocemos tornando parte en el espectáculo.
Zamora, Mich., el 9 de octubre de 1984, día de san Dionisio.
Doña Armida de la Vara
Fotografia de Alberto
Fotografia de Alberto
Vázquez Cholico
* (El hombre de los pasteles en la plaza, a quien se refiere Doña Armida, es don Flavio Pérez Ruiz, a quien vemos en la fotografía de abajo en su tienda, Almacenes Pérez Ruiz, en los años 50's -fotografía proporcionada por Alejandro Pérez Pedraza-).
Don Flavio Pérez Ruiz
La fotografía de la plaza en vista aérea es de Carlos Magaña.
"De lo cotidiano" es un libro publicado en 1997 por El Colegio de Michoacán y el Semanario Regional Independiente Guía. Su edición estuvo al cuidado del doctor Herón Pérez Martínez. La corrección de estilo corrió a cargo de Luis Verduzco y la composición tipográfica es de la señora Aurora del Río Macías. Las fotografías del libro son creación de Alberto Vázquez Cholico.
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