Santuario Guadalupano de Zamora en Michoacán.
Fotografía de Ricardo Galván Santana y Francisco Magdaleno Cervantes.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Poesía de Luis G. Franco - Llanto a la muerte de Jaime López Franco

LLANTO A LA MUERTE DE JAIME LOPEZ FRANCO

Te escribo, Jaime, sin saber que has muerto
porque no quiero saberlo
no quiero creerlo
no.

No viviste tu muerte, la creaste
igual que tu sonrisa y tu palabra
siempre recién estrenada.

Te llevaste la tarde entre los labios
recogiste la espiga grano a grano.

Te imagino cantando
tus botas de gamusa, tu pantalón de pana
y tu camisa nueva.

Tu vida, nuestra vida
embistiendo tus veinte tajamares.

No volviste la espalda, no detuviste el paso
toda la tarde se te vino encima
asististe a la cita exactamente
a la hora en .punto acelerando.

La vida te creció como un incendio
el corazón como águila o paloma
un mar de vida te golpeaba el pecho
continental, abierto.

Elefante de vida, venado en celo
tronco de roble
amigo de la rosa y el jilguero.

¡No, Jaime, tú no has muerto!

No maldigo la hora ni el instante
ni tu oscuro vacío en nuestra mesa
no quiero devolverte ni esperarte
aunque la daga fría de tu ausencia
ha roto en dos la vida y la esperanza.

Porque lo sé de cierto
viviste a plenitud
las uñas y tu pelo
las tardes de fútbol
y tu silencio
compartiste tu pan y tus besos.

De prisa caminaste hacia el encuentro
diciendo adiós, nos vemos
por eso cuando dicen que te has muerto
yo sé que no es verdad
que te has vivido
hasta el último instante del deseo.

II

Estás aquí y no puedo creerlo
alguien te ató las manos y te cerró los ojos
para que no te viera el griterío de tu plaza
ciudad abandonada
desierta.

El agua de tus ríos se apacigua
no te levantas
callado entre algodones y silencios
recto como una espiga
sin una lágrima.

Qué raro verte así, palideciendo.

El musgo oscuro de la muerte crece
en tus pupilas claras
bombardeada ciudad y plaza en llamas.

Corredores de éter y de llanto
sin nombre la ciudad que te recoge
y sin nombre
tu ficha de árbol, Jaime López.

Yo levanto tu cuerpo, la bandera
en llamas de tu vida,
quiero pasearte campo a campo
y entregar tu hermanable calavera
al anillo nupcial de nuestros astros.

Bordear los ríos, desandar el llanto
ir con el agua al cuello
navegando.

Quiero volverte vegetal y eterno
del tomillo y la salvia
compañero
discípulo del pájaro y el potro
inseparable amigo
del lucero.

Tú ya no estás aquí
ni éste es tu cuerpo.

Emigraste con todo y equipaje
tu tiempo sólo fue tu tiempo
y tu espacio
el reloj del universo.

¡Qué raro! ¿Cómo es posible?
¿Que tú, Jaime, te hayas muerto?

Vive el caballo, la abeja y la liebre
y tú con tu mortaja, sin dolencia
desgajando tu última hora
la perfecta.

Ya suben por tu sangre los adioses
ya trepan por la tapia de tu carne
los días negros de la ausencia.

En vano estruja con furor tu aire
el grito de tu madre
gritándote, despierta.

¿En dónde estás que no te encuentra
ni el amor de tu novia
ni la queja de nuestros corazones?

Hemos llegado a tu ciudad primera
ya salen en tumulto los eucaliptos y las calles,
pero tú te hundes en tu cóncava hora de madera.

¡Qué raro, tú, el griterío, la risa
torbellino de vientos
tan callado,
devorador incendio
apaciguado
y muerto, como el sol,
en tu costado.

III

Estamos en la noche de tu ausencia
llorando, llorando.

Tu nombre río en crecida, tormenta de gritos
lluvia de flechas
nos hiere la memoria
el corazón, las manos.

Nunca creímos
haberte amado tanto.

El agua sin azúcar, la huella sin camino
sin futuro, presente ni pasado.

Eres los ojos fijos
la borrasca de negro por tu casa
y tus pies tan crecidos ya descalzos.

No conforta el café
no dicen nada las palabras.

Tú estás entre nosotros
sin hablarnos
a la orilla del mar
arcángel de un naufragio
argonauta perdido entre las calles
oscuras, retorcidas de este llanto.

Para andar esta noche por tu sangre
las rosas anclan en tu pecho absorto
contigo nos sentamos
al borde de la noche
jugamos el albur de los silencios
con los naipes azules
de tus sueños.

Duerme, amigo, reposa
ya nacen por tu espalda los renuevos
las espigas doradas
para los panes nuevos.

No retengas el aire en los pañuelos
deja correr los ríos de tus manos
levanta la bandera de tus ojos
agricultor del aire
pájaro-grano, Jaime.

Vete silbando bajo los barbechos
escarba con tu vida nuestra muerte
y escribe con los dientes
el verbo amar en la corteza
del nuevo día
antes que amanezca.

Velamos tu cadáver
de barro y miel
en el suburbio frío de la tristeza
y mientras baja
a la entraña jugosa de la tierra
en el ejido del dolor comienza
la inmarcesible primavera.

IV

Volverá la vida
con su pregón de fiesta
estrenarán sonrisa los domingos
el cuchillo entrará por la corteza
madura de la tierra
tus cuadernos en paralelas
sustanciales palabras por tu letra
sin tus pasos de potro
la escalera
ni tus ojos de niño, ni tus manos
de barro
sólo tu ausencia
tu existencia en pasado
siempre en presente
nuestra pena.

23 de Junio repetido
gota a gota bebida
tu efímera presencia
una brizna de risa
relámpago de fiesta
todo fugaz y raudo
tú mismo pura contingencia.

Oscura rama
negra yedra
dulce y margo a un tiempo
aceite fraternal
fratricida vinagre.

¡No haber estado ahí para taparte
a gritos de dolor
la sangre abierta!
¡No saber de tus últimas palabras!
Moriste huérfano de padre y madre.

Pero estamos aquí
velando tu cadáver
entregando tu cuerpo a las raíces
sustanciales
volvemos a amasar nuestras palabras
con tu greda y tu barro
nacerás cada tarde
en el agua, la nube y los rosales.

Alguien vendrá para seguir la siembra
que tú iniciaste
alguien
que con tu mismo nombre nos salude
y nos libre de todas las crueldades
del 23 de junio
Jaime.

Julio 23 de 1976.

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