Tangancícuaro
insurgente
Al presentarse el
siglo XIX, portando en sus alforjas el libro de la historia de nuestra nacionalidad,
en cuyas páginas en blanco se escribiría más tarde
el advenimiento prematuro de nuestra independencia política,
el desmembramiento del territorio patrio y
otros muchos sucesos
de dolor y vergüenza encontró a
Tangancícuaro, como a
la totalidad de la Nueva España, envuelto en una atmósfera de tranquilidad
social y cordial entendimiento entre los naturales (resignados
con su eterno destino) mestizos, criollos y peninsulares.
Un día, a fines de septiembre
de año 1810, corrió entre los lugareños la inquietante
noticia de que el cura de un pueblo de la provincia de Guanajuato,
seguido de un gran número de gente de la clase humilde y secundado
por soldados y oficiales del gobierno virreinal, había proclamado
la independencia del país. No tardó mucho tiempo en
confirmarse
por los arrieros que regresaban de aquella región
tal acontecimiento,
sembrando el pánico entre los peninsulares
y criollos
enriquecidos y una vaga esperanza de libertad
en el resto
de la población.
Al saberse la noticia
de la llegada de don Miguel Hidalgo a la
cercana Villa de Zamora,
a su paso para Guadalajara, un grupo
numeroso de naturales
y mestizos del lugar fue a incorporarse a las
filas de la libertad.
La confirmación de que
la guerra de independencia había
principiado determinó
el inicio de la dislocación de la vida social de
nuestro pueblo,
especialmente en su aspecto económico, pues gran
parte de la gente
adinerada emigró a lugares de mayor seguridad
para sus intereses
personales, mientras que los campesinos que
vivían en estancias,
rancherías y haciendas aledañas se
concentraron en el
pueblo con idéntico fin.
Este cambio en el
ritmo de vida de la comunidad,
aunada a la
presencia en la región de grupos insurgentes
que operaban al
mando de don José Antonio Torres,
quien hacía algunos
días se había apoderado de La Piedad, alentó al
vecindario a
secundar la causa de la independencia.
No obstante la
existencia de fuerzas virreinales en la cercana
ciudad de Zamora, que
había sido recuperada por el general
don José de la Cruz desde
el 17 de enero, y a pesar de las
exhortaciones y amenazas
del teniente de cura don Francisco
Mendieta para que el
pueblo permaneciera leal a la autoridad virreinal;
el lo de
julio de 1811, gran número de vecinos del lugar,
armados de machetes
y lanzas, se lanzaron a la revolución
al grito de ¡VIVA AMERICA!
¡MUERA EL MAL GOBIERNO!
Las amenazas del
bachiller Mendieta no tardaron en cumplirse,
pues al siguiente
día de los acontecimientos a que nos referimos,
abandonó la
población privando a sus moradores que por entonces
eran profundamente
religiosos, de todo auxilio espiritual. Fue hasta
el 15 de febrero de
1816 cuando se reanudó el culto, al hacerse
cargo de la vicaría
el bachiller doctor Vicente Álvarez, por mandato
del licenciado don
José Antonio Aro, cura y juez eclesiástico del
partido de Jacona.
Nuestros insurgentes
se unieron seguidamente a las guerrillas que
operaban en esta
región de la provincia, al mando de don José
Antonio Torres, y
muchos de ellos sucumbieron heroicamente en el
combate librado por
el jefe insurgente en el lugar llamado Las
tunas agrias, al poniente de Tlazazalca, donde fue derrotado
por el jefe realista
don Pedro Celestino Negrete, en los últimos días
del mes de febrero
de 1812.
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