Santuario Guadalupano de Zamora en Michoacán.
Fotografía de Ricardo Galván Santana y Francisco Magdaleno Cervantes.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Virgen Santísima de la Asunción en Tingüindín III - Texto de don Ramón Pardo Pulido - Fotografía de Luis Francisco Duarte Medina



Habiendo sido Fray Juan de San Miguel uno de los testigos, en el Juicio de Residencia de Don Vasco de Quiroga, en el año de 1536, declaró él mismo, al dar sus generales, tener treinta y seis años, "po­co más o menos" y ser Guardián, en ese año de 1536 en el convento franciscano de Uruapan.

Así que, seguramente de 1533 a 1539, tuvo que haber sido la construcción del primer templo cristiano de Tingüindín, su primer hospital, y su dedicación por Fray Juan de San Miguel a la Virgen Santísima de la Asunción.

Y también sería muy probable que el lugar que ocupó ese primer templo, y que es exactamente donde también se encuentra en la ac­tualidad, haya sido donde por muchos años o quizá siglos, los "taras­cos", hayan tenido el "cue" o "adoratorio" de sus dioses principales: "curicaveri", que representaba el sol y "xharatanga", o "nana-cutzi", ("nuestra madre la luna"); pues los religiosos, en esos principios, para destruir sus ídolos y sus creencias procuraban edificar los templos cris­tianos, sobre las ruinas de los adoratorios paganos.

Y fue, seguramente, Fray Juan de San Miguel, quien hizo aquí las primeras conversiones al cristianismo y también los primeros bau­tismos, siguiéndole pocos años después, en esas tareas apostólicas Fray Jacobo Daciano, hasta aproximadamente por el año de 1550, en que debió de establecerse en su parroquia el primer sacerdote del clero se­cular, según ya lo hemos informado anteriormente.

Aquí nos parece. oportuno recordar, muy brevemente, sobre la fecha de la aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe, pues en­tre cuando el humilde Juan Diego, habló en el Tepeyac, con la que hoyes la Reina de los Mexicanos, y el principio, en Tingüindín, de­bido al celo cristiano de Fray Juan de San Miguel, del culto a su Virgen de la Asunción, hubo solamente ocho años de por medio, 'que son muy poca cosa, para contar después, más de cuatro siglos de am­bos acontecimientos.

Efectivamente Fray Pablo de la Concepción Beaumont, en su Crónica de Michoacán, Tomo II, página 221, dice: "Por especial disposición de María Santísima, mereció la Nueva España poseer aquel precioso depósito de su milagrosa y soberana imagen, que se venera en su magnífico templo, a distancia de una legua de Méxi­co, en la falda del cerro del Tepeyac, cuyo milagroso suceso acon­teció por el mes de diciembre del año de 1531, siendo Presidente de esta Real Audiencia el Ilustrísimo Señor Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, y siendo primer Obispo de esta Diócesis el Ilustrísimo Se­ñor Don Fray Juan de Zumárraga".

De manera que Tingüindín puede ufanarse, de que seguramen­te, desde por el año de 1539, cuando todavía no existía la hoy ciu­dad de Zamora, primeramente los indígenas "purépecha" conver­tidos al cristianismo, y después todos los que fueron naciendo aquí, en largos cuatrocientos dieciocho años, hasta hoy, se han postrado a las plantas de su Patrona la Virgen de la Asunción, y ha sido su Madre amorosa en todas las calamidades sufridas durante tantísimos años, y la que ha oído sus quejas y necesidades de algo más de diez generaciones.

Sabido es que el cristianismo, y por consecuencia el culto maria­no, vino al Anáhuac con los primeros religiosos franciscanos, y muy principalmente con el grupo de "LOS DOCE", que arribaron al Puer­to de Veracruz, el 13 de mayo de 1524, enviados por el Soberano Pontífice Adriano VI.

Así fue como solamente siete años después, del arribo de esos misioneros, la Virgen Santísima de Guadalupe, quiso ser la Madre de los Mexicanos, y quince años después de 1524, Tingüindín, un pequeñísimo pueblo, ignorado y perdido en las serranías michoaca­nas, era consagrado, por uno de los más insignes religiosos venidos a la Nueva España, Fray Juan de San Miguel, al culto de la San­tísima Virgen de la Asunción.

Se pierde completamente todo dato histórico, después de esos principios y por muchísimos años, ya que repitiéndolo una vez más, al quemarse totalmente el templo, la casa parroquial, y los archi­vos eclesiásticos, seguramente que también fue destruida la imagen de la Asunción que haya existido en ese entonces, venerándose en su templo parroquial, en el año de 1799.

Hay una relación que no consta en ningún documento, sino que se fue transmitiendo de padres a hijos, porque fue un aconte­cimiento de grandes proporciones, de los que dejan imperecedero, recuerdos, sobre todo en los pueblos pequeños de vida monótona y pacífica.

Se cuenta que las fiestas religiosas de la Virgen de la Asunción, el día 15 de agosto de cada año, se acompañaban de fiestas profanas del pueblo, y que al través de los años, éstas fueron dege­nerando en verdaderas orgías, pues se cometían toda clase de desór­denes, borracheras, homicidios, riñas, etc., etc., y que un año, precisamente un quince de agosto, y ya finalizando el Siglo XVIII, una terrible tempestad azotó al pueblo, al grado de que se resintieron grandes pérdidas materiales, algunas vidas, y la población estuvo a punto de quedar destruida, con la circunstancia extraordinaria de que los aires huracanados que soplaron en esa tormenta, no eran de los vientos que durante todos los años aquí dominan: los del nor­te, en el invierno; los del oriente, en la temporada de lluvias, y los: de! sur, alternando con los otros, pero principalmente por las no­ches.

Los vientos de esa tormenta huracanada, en ese quince de agos­to, fueron aparte de muy violentos, del lado poniente, es decir de la dirección de las lagunas de Tacátzcuaro y La Magdalena, pero con tal furia que había cantidad de pescados en las calles del pueblo, y especialmente en la plaza principal, traídos y arrojados por los aires, de una distancia lo menos de doce kilómetros.

El señor Cura, alarmado y rodeado de todo el pueblo, pidien­do con grandísimo fervor a la Virgen de 1a Asunción, hiciera cesar aquella tempestad, hizo jurar a los vecinos, que nunca más habría nuevamente fiestas profanas el día 15 de agosto de cada año, y así se ha cumplido hasta la fecha.

Nota del Editor: el texto fue obtenido del libro "La Historia de Tzingüichuri (Tin Güin Din) (Tirindini)", páginas 119 a 122. La edición data de 1957 y fue impresa en los talleres de Impresiones Precisas Alfer, en México, D.F.

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