Habiendo sido Fray
Juan de San Miguel uno de los testigos, en el Juicio de Residencia de Don Vasco
de Quiroga, en el año de 1536, declaró él mismo, al dar sus generales, tener
treinta y seis años, "poco más o menos" y ser Guardián, en ese año
de 1536 en el convento franciscano de Uruapan.
Así que, seguramente
de 1533 a 1539, tuvo que haber sido la construcción del primer templo cristiano
de Tingüindín, su primer hospital, y su dedicación por Fray Juan de San Miguel
a la Virgen Santísima de la Asunción.
Y también sería muy
probable que el lugar que ocupó ese primer templo, y que es exactamente donde
también se encuentra en la actualidad, haya sido donde por muchos años o quizá
siglos, los "tarascos", hayan tenido el "cue" o
"adoratorio" de sus dioses principales: "curicaveri", que
representaba el sol y "xharatanga", o "nana-cutzi",
("nuestra madre la luna"); pues los religiosos, en esos principios,
para destruir sus ídolos y sus creencias procuraban edificar los templos cristianos,
sobre las ruinas de los adoratorios paganos.
Y fue, seguramente,
Fray Juan de San Miguel, quien hizo aquí las primeras conversiones al
cristianismo y también los primeros bautismos, siguiéndole pocos años después,
en esas tareas apostólicas Fray Jacobo Daciano, hasta aproximadamente por el
año de 1550, en que debió de establecerse en su parroquia el primer sacerdote
del clero secular, según ya lo hemos informado anteriormente.
Aquí nos parece.
oportuno recordar, muy brevemente, sobre la fecha de la aparición de la
Santísima Virgen de Guadalupe, pues entre cuando el humilde Juan Diego, habló
en el Tepeyac, con la que hoyes la Reina de los Mexicanos, y el principio, en
Tingüindín, debido al celo cristiano de Fray Juan de San Miguel, del culto a
su Virgen de la Asunción, hubo solamente ocho años de por medio, 'que son muy
poca cosa, para contar después, más de cuatro siglos de ambos acontecimientos.
Efectivamente Fray
Pablo de la Concepción Beaumont, en su Crónica de Michoacán, Tomo II, página
221, dice: "Por especial disposición de María Santísima, mereció la Nueva
España poseer aquel precioso depósito de su milagrosa y soberana imagen, que se
venera en su magnífico templo, a distancia de una legua de México, en la falda
del cerro del Tepeyac, cuyo milagroso suceso aconteció por el mes de diciembre
del año de 1531, siendo Presidente de esta Real Audiencia el Ilustrísimo Señor
Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, y siendo primer Obispo de esta Diócesis el
Ilustrísimo Señor Don Fray Juan de Zumárraga".
De manera que
Tingüindín puede ufanarse, de que seguramente, desde por el año de
1539, cuando todavía no existía la hoy ciudad de Zamora, primeramente los
indígenas "purépecha" convertidos al cristianismo, y después todos
los que fueron naciendo aquí, en largos cuatrocientos dieciocho años, hasta hoy,
se han postrado a las plantas de su Patrona la Virgen de la Asunción, y ha sido
su Madre amorosa en todas las calamidades sufridas durante tantísimos años, y
la que ha oído sus quejas y necesidades de algo más de diez generaciones.
Sabido es que el cristianismo,
y por consecuencia el culto mariano, vino al Anáhuac con los primeros
religiosos franciscanos, y muy principalmente con el grupo de "LOS
DOCE", que arribaron al Puerto de Veracruz, el 13 de mayo de 1524,
enviados por el Soberano Pontífice Adriano VI.
Así fue como
solamente siete años después, del arribo de esos misioneros, la Virgen Santísima
de Guadalupe, quiso ser la Madre de los Mexicanos, y quince años después de
1524, Tingüindín, un pequeñísimo pueblo, ignorado y perdido en las serranías
michoacanas, era consagrado, por uno de los más insignes religiosos venidos a
la Nueva España, Fray Juan de San Miguel, al culto de la Santísima Virgen de
la Asunción.
Se pierde
completamente todo dato histórico, después de esos principios y por muchísimos
años, ya que repitiéndolo una vez más, al quemarse totalmente el templo, la
casa parroquial, y los archivos eclesiásticos, seguramente que también fue
destruida la imagen de la Asunción que haya existido en ese entonces, venerándose
en su templo parroquial, en el año de 1799.
Hay una relación que
no consta en ningún documento, sino que se fue transmitiendo de padres a hijos,
porque fue un acontecimiento de grandes proporciones, de los que dejan
imperecedero, recuerdos, sobre todo en los pueblos pequeños de vida monótona y
pacífica.
Se cuenta que las
fiestas religiosas de la Virgen de la Asunción, el día 15 de agosto de cada
año, se acompañaban de fiestas profanas del pueblo, y que al través de los
años, éstas fueron degenerando en verdaderas orgías, pues se cometían toda
clase de desórdenes, borracheras, homicidios, riñas, etc., etc., y que un año,
precisamente un quince de agosto, y ya finalizando el Siglo XVIII, una terrible
tempestad azotó al pueblo, al grado de que se resintieron grandes pérdidas
materiales, algunas vidas, y la población estuvo a punto de quedar destruida,
con la circunstancia extraordinaria de que los aires huracanados que soplaron
en esa tormenta, no eran de los vientos que durante todos los años aquí
dominan: los del norte, en el invierno; los del oriente, en la temporada de
lluvias, y los: de! sur, alternando con los otros, pero principalmente por las
noches.
Los vientos de esa
tormenta huracanada, en ese quince de agosto, fueron aparte de muy violentos,
del lado poniente, es decir de la dirección de las lagunas de Tacátzcuaro y La
Magdalena, pero con tal furia que había cantidad de pescados en las calles del
pueblo, y especialmente en la plaza principal, traídos y arrojados por los
aires, de una distancia lo menos de doce kilómetros.
El señor Cura,
alarmado y rodeado de todo el pueblo, pidiendo con grandísimo fervor a la
Virgen de 1a Asunción, hiciera cesar aquella tempestad, hizo jurar a los
vecinos, que nunca más habría nuevamente fiestas profanas el día 15 de agosto de
cada año, y así se ha cumplido hasta la fecha.
Nota del Editor: el texto fue obtenido del libro "La Historia de
Tzingüichuri (Tin Güin Din) (Tirindini)", páginas 119 a 122. La edición
data de 1957 y fue impresa en los talleres de Impresiones Precisas
Alfer, en México, D.F.
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