El primer barrio
español, en tanto que asentamiento consolidado, se habrá definido como tal a
partir de las primeras edificaciones.
Si la traza está
formada simplemente por una retícula ortogonal en la que no se aprecia ningún
matiz, difícilmente se puede suponer que haya habido intención específica de
establecer barrios diferenciados, con características distintas. Por otro lado,
tomando en cuenta el reducido número de familias españolas, habrán éstas
procurado cerrar filas para diferenciarse no tanto entre ellas mismas, sino en
relación al barrio indígena.
El proceso de consolidación
de barrios nuevos en Zamora debe haber sido lento. Construir un barrio implica
no solamente la voluntad de extender el tamaño de la mancha urbana o apropiarse
de un nuevo territorio, sino que supone una elaboración social, que se carga
poco a poco de significado al tiempo que se expresa en la forma material, y que
no puede ser obtenida rápidamente. Construir un barrio implica la construcción
de un lugar, que es un término especialmente rico en tanto que tiene
connotaciones geográficas, arquitectónicas y sociales.
En el caso zamorano,
la diferenciación territorial tuvo que
ir avanzando al tiempo que se desarrollaba, por un lado, una división del trabajo
tal, que obligara a la creación de oficios más especializados y, por el otro, a medida que se iban abriendo nuevas
tierras al cultivo. Con respecto a esto último, hay que decir que encaja muy
bien el planteamiento de Jesús Tapia cuando señala al sistema de haciendas como
factor de organización del espacio en esta región.[1]
Cuando el número de
propietarios de tierras (españoles) fue creciendo, como se suprimió el trabajo
forzado de mano de obra indígena en 1631, "los terratenientes aseguraron
la disponibilidad de mano de obra circundando con sus propiedades asentamientos
de indígenas que rompían sus vínculos con sus comunidades, a mestizos o
esclavos".[2]
Por fuera de la
traza zamorana se fundaron algunas haciendas que generaron, con el tiempo,
barrios que adoptaron inclusive el nombre de la fundación. Tal es el caso de
San Juan Bautista y, un poco más alejada, Los Espinos.
De hecho, sucedió
no solamente con haciendas, sino con propiedades rústicas más pequeñas: Jericó,
La Tuna, El Ratón, Los Pozos, etc.
Croquis del valle de Zamora (sin fecha)
No en todos los
casos el asentamiento pudo constituirse en BARRIO. Hablando solamente de los
más definidos, quedarían: 1 ) San Bernardo (San Francisco) ; 2) San Juan Bautista (que debió haberse
generado rápidamente por su proximidad a la traza) ; 3) La plaza (al marcarse
el perímetro del espacio público, abarcó también la zona del puente que se
construyó después sobre el río); 4) El Teco (al establecerse el grupo de
indígenas que, como veremos, fue traído del rumbo de Jacona; se mantuvieron
como pueblo independiente hasta 1740) ; 5) Madrigal (como una derivación del
Teco, al crecer la villa hacia el poniente) ; 6) alrededor de la iglesia de La
Columna (ahora Los Dolores) , que necesariamente tuvo que estar muy relacionada
con Los Espinos.
Los asentamientos
posteriores, resultado de la creación de nuevos fraccionamientos y colonias la
mayoría, y otros, resultado de invasiones de tierra no urbanizada a orillas de
drenes y caminos, observan a la fecha diferentes grados de consolidación y
diferenciación.
Los barrios
zamoranos, los más viejos sobre todo, han logrado constituirse, con sus
altibajos, en unidades sociales y religiosas locales que han conseguido
enriquecer la vida comunitaria, a pesar del fenómeno creciente de la
especulación urbana y a pesar de encontrarse muchos de ellos en condiciones
económicas muy precarias: han logrado definir una microcultura, en tanto que
cuerpo de creencias, comportamiento o conducta, saber, valores y objetivos.
Para ilustrarlo,
aunque sólo sea superficialmente, veamos lo que ocurre con el BARRIO BRAVO DE MADRIGAL.
[1]
Jesús Tapia, Campo Religioso y evolución política en el Bajío Zamorano,
Col. Mich./Gobierno del Estado de Mich., 1986, p. 42.
No hay comentarios:
Publicar un comentario