Imagen de Fray Jacobo Daciano en la parroquia de San
Francisco de Asís de Tarecuato en Michoacán.
Foto de Jaime Cristóbal López.
Los que en tiempos
muy lejanos escribieron sobre Fray Jacobo, no
precisan el año en
que murió, y sólo dicen, algunos de los misioneros
historiadores, que
llegó a su última vejez, por lo que podría conjeturarse
que pasó de los
ochenta años, y así debió de ser, puesto que solamente
en Tarecuato, se
afirma que vivió, por más de medio siglo.
Por algunos
historiadores se señala su muerte un día 29 de octubre
pero sin anotar el
año.
En los “Anales de
Tarecuato'”, que ya hemos citado anteriormente,
y que fueron
publicados por el historiador michoacano, Dr. Don
Nicolás León, en '”El
Estandarte'” de San Luis Potosí, en el año de
1898, se dice: “1566.
En dicho año prendieron al Marqués en México,
y se llevó Dios
para sí, al Padre Jacobo".
Se refiere, primeramente,
a cuando fue hecho prisionero y depuesto
de su cargo
de Capitánn General y Gobernador de la Nueva España,
a Don Hernán Cortés.
Fray Isidro Féliz
de Espinosa, nos dice: “Sus últimos días (de
Fray Jacobo) los
vivió entre San Ángel y Tarecuato y llegando a más
de setenta años de
edad y más de cincuenta de religión, lo llamó el
Señor en Tarecuato,
años de 1601 a 1604”.
Creemos que este
cronista está más en lo cierto, respecto a la fecha
en que aconteció su
muerte, pues vino Fray Jacobo a Michoacán
y especialmente ya a
Tarecuato, muy joven, en el año de 1543, habiendo
residido en el
convento de ese lugar por más de medio siglo. En
cambio no estamos
de acuredo en que su vida haya sido solamente de
setenta años, pues
todos los historiadores afirman que “llegó a la
última vejez'”, y
solamente habiendo pasado de los ochenta años, pudo
haber estado en
Tarecuato el medio siglo”.
“Fue enterrado en
la sepultura común de los religiosos, pero es
tradición
constante, que los indios lo sacaron después de algún tiempo
y lo colocaron en
un nicho de la pared maestra de la iglesia, tras
del retablo del
altar mayor y que se conservaba seco y entero y puesto
de pie y que cada
cuatro o cinco años, con mucho secreto, traían sayal y
le hacían su hábito
nuevo y se lo mudaban guardando los despojos del
antiguo como
reliquia. Extrañas diligencias han hecho en todos los
tiempos, muchos
prelados de esta provincia, para saber de los indios
donde le tenían y ni
con ruegos, ni con dádivas, ni temores, ha sido
posible el que los
indios descubran este secreto; porque es entre ellos
voz común haberles
dicho Fray Jacobo, que mientras se conservase así
su cuerpo, se
conservaría el pueblo y se libertaría de pestes
y otros infortunios”.
“A un religioso muy
anciano, le descubrió una india vieja, el que
ella sabía dónde
estaba, pero que no podía decirlo, por los otros indios.
y que era cierto
que estaba entero y solo tenía raída la punta de la
nariz”.
El Lic. Don Eduardo
Ruiz, hace aproximadamente un siglo, dejó
escrito lo
siguiente: “El cadáver del padre Jacobo fue inhumado en
la iglesia de aquel
pueblo (Tarecuato) pero es fama que en la noche
del mismo día, los
caciques principales lo extrajeron, e incorrupto, como
si el misionero
solamente estuviera dormido, lo ocultaron en una
cripta en el fondo
de espaciosa e ignorada gruta, al cuidado de tres
indígenas de los
más ancianos del pueblo, únicos poseedores del secreto,
que se
transmitirían a otros indios de mucha edad y confianza, cada
ocasión que moría
alguno de los tres, que estaban en el secreto y
eran los
guardadores del sepulcro".
“En aquel ocu1to sitio arden constantemente muchos cirios
y se
eleva sin cesar el
humeante perfume de los incensarios”.
“Cuéntase que una
vez un párroco que se hizo querer mucho de
sus feligreses,
logró que cierta noche lo llevasen a visitar la cripta.
Por precaución lo
condujeron en hombros los tres viejos guardianes,
vendándole
previamente los ojos. El sacerdote, sin embargo, ocurrió
a un arbitrio, que juzgó
infalible para hallar después el sepulcro, y lo
puso en planta al
ir caminando. La comitiva penetró en la caverna.
quitaron al señor
cura la venda, y pudo contemplar el inanimado
cuerpo del apóstol,
imaginándose cuánto fruto podría sacar del hallazgo.
Volvió tranquilo y
lleno de ilusiones. Al día siguiente antes
de levantarse,
entraron a su aposento los viejos principales y le dijeron:
“Tata Cura, anoche
se te reventó tu rosario en el camino del
santo sepulcro;
pero aquí te entregamos tus cuentitas de chaquira.
que hemos pepenado
desde la puerta del curato hasta la entrada de
la cueva. Cuéntalas
no falta una sola”.
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