El invierno de todos tan temido
Afuer de gente sustancialmente sana [sic], tengo
verdadero pavor de ir al médico. Sólo cuando la situación no admite demora me
decido, como quien va al matadero, a tomar rumbo al consultorio a los
laboratorios de análisis clínicos. Mala costumbre esa, malísima. No se la
recomiendo a nadie y espero que nadie tome mi pésimo ejemplo. Por otra parte,
sospecho que abunda la gente como yo, y que son muy pocos los que gozan ver
cómo la aguja penetra en sus venas o que les fascina el chirrido de los
instrumentos de dentistería. De todo hay en la viña del Señor, pues.
Esperar que llegue la señorita laboratorista y ver
cómo la cola se va engrosando es un deprimente espectáculo, digno, sin embargo,
de ser mirado con curiosidad. Ahí el amibiásico con su cara pálida, apretando
en el puño la bolsita de plástico tratando de que no se vea lo que contiene el
presentido frasquito; allí el niño llorón, que ya sabe lo que le espera; la
señora gorda con cara de dolorosa; la casada joven sospechosa de embarazo, mano
con mano de su flamante marido, lleno de esperanzas; la señora de posibles
feliz del resultado de unos análisis que la llevarán directamente con el
cirujano plástico que ha de dejarla joven, joven, bella, bella y restirada,
restirada.
Muy otra cosa es la viejecita que mira el vacío, como
quien nada espera ya, pues como ella dice: vengo aquí nada más por mis hijos,
para que estén tranquilos. Si por mí fuera me quedaba quieta en mi casa. Yo ya
viví mi vida, tuve ocho hijos, tengo diez nietos, ¿no le parece que ya es
bastante? Como dicen, estoy viviendo días extras y no hay para qué alargar una
vida que ya dio todo lo que tenía que dar. Allá arriba –y la viejecita saca un brazo flaco y un dedo que hace
juego con el brazo– allá arriba está quien
nos va a poner la raya y hasta allí nomás vamos a llegar. Para qué tanto brinco
¿no?
El niño llorón ya salió después de dar unos berridos
espantosos, con la cara llena de lágrimas y atragantándose con una paleta que
le regalaron; entra la señora joven estrenando traje de maternidad cuando
apenas le harán la prueba del embarazo, toda sonrisas tiernas con el marido,
luego entro yo al infierno de casi todos tan temido, extiendo mi brazo sobre
una blanca almohadita, aprieto la mano, cierro los ojos y apenas puedo decir: ¡Que
tenga buena mano, señorita!
Zamora, Mich., el 23 de abril
de 1985, día de san Jorge
"De lo cotidiano" es un libro publicado en 1997 por El Colegio de Michoacán y el Semanario Regional Independiente Guía. Su edición estuvo al cuidado del doctor Herón Pérez Martínez. La corrección de estilo corrió a cargo de Luis Verduzco y la composición tipográfica es de la señora Aurora del Río Macías. Las fotografías del libro son creación de Alberto Vázquez Cholico.
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