Cruel represalia de
un
guerrillero
piromaniaco.
Desalentado el
pueblo de Tangancícuaro por la captura y sacrificio de don José Antonio
Torres y la confirmación de la muerte de don José María Morelos,
alma y brazo poderoso de la causa insurgente, determinó volver a
la obediencia del gobierno virreinal y, el día 15 de febrero
de 1816, hizo entrega de la plaza al comandante de la
ciudad de Zamora, coronel Andrade,
representado por el capitán Rojas.
Ocho meses después,
horas antes del amanecer del día 30 de octubre, despertó el
vecindario sobresaltado al escuchar, por diferentes rumbos
del poblado, disparos de fusil, carreras de caballos y gritos
estentóreos vitoreando al cura Torres y la libertad de
América.
A las 10 de la
mañana de ese mismo día, por órdenes del
mencionado
guerrillero, quien comandaba la partida insurgente
que sorpresivamente
se apoderara de la plaza durante la noche,
se reunieron frente
a la alcaldía los jefes de familia del lugar,
para oír la sentencia
aterradora de que la población sería incendiada,
como castigo a la
infidencia de sus habitantes a la causa de la libertad,
siendo advertidos,
además, de disponer sólo de seis horas para poner
a salvo las
pertenencias que les fuese posible.
Las imploraciones de
perdón, que de rodillas hiciera
para Tangancícuaro el
bachiller don José Rafael Sarabia,
no fueron escuchadas
por el inconmovible guerrillero
y la sentencia tuvo
que ser ejecutada.
El pueblo entero,
angustiado por aquel infortunio
nunca imaginado, llevando
a cuestas los objetos
de su mayor aprecio,
salió de sus hogares en medio del
llanto de mujeres y niños
y el coraje de los hombres
frenado por la impotencia
para impedir
tal acto de barbarie.
La multitud acampó aquella
tarde inolvidable
en la falda de una pequeña
loma que se
encuentra al poniente
del lugar, donde presenció
con estoico valor cómo
era devorada por el fuego
la víctima de la pasión
sectaria que alentaba
el espíritu de ambos
bandos rivales.
A la primeras horas del
siguiente día, cuando la gente de Torres
habíase puesto en marcha
de regreso al fuerte de los Remedios,
de donde procedía, aquella
muchedumbre que pasara la noche
anonadada ante el espectáculo
de su desgracia,
bajó precipitadamente
a su solar querido,
con la vana
esperanza de encontrar algo que el fuego
hubiese respetado, hallando
solamente
ruinas humeantes de lo
que había sido su pueblo.
Unicamente quedaron
en pie, salvadas del incendio por órdenes del
jefe guerrillero, la
pequeña parroquia el hospital y la casa tres veces
centenaria que había
sido convento de los frailes agustinos.l
Como consecuencia de
los hechos dolorosos que dejamos
señalados, fue destituido
de su cargo el comandante interino
de la Provincia de Valladolid,
el teniente coronel Linares,
por considerarse responsable
de tan lamentable suceso,
siendo substituido por
el coronel don Matías Martín y Aguirre.
Después de la catástrofe
a que nos hemos referido, “la dinámica y
progresiva comunidad
de Tangancícuaro”, como la califica en alguna
de sus obras el maestro
Jesús Romero Flores, puso punto final a
sus lamentaciones y dio
principio a la reconstrucción del poblado.
Se derrumbaron los escombros,
se procedió a la nivelación y trazo
de sus calles conforme
al primitivo plano, aunque ya no se
respetaron de éstas ni
su anchura ni su rectitud, debido a aquel
momento de anarquía relativa,
pues la mayor parte de los vecinos
invadieron espacios
de dichas arterias y pocas veces tomaron en
cuenta la alineación
correcta, razón que dio lugar a lo estrecho y
sinuoso de muchas de
ellas.
A cuatro años de la fecha
antes mencionada,
dio principio la
construcción de la parroquia actual,
en terreno donado por
don Victorino Jasso.
Era por entonces teniente
de cura del lugar
el bachiller don José
María Álvarez del Castillo y colaborador
activo de tal obra, el
bachiller don Vicente del Río quien, como
veremos más adelante,
edificó con su propio peculio el santuario
del Señor de la Salud,
capilla que, como también se verá en su
oportunidad, fue
incendiada el 19 de abril de 1970.
1 Ya en otro capítulo
hemos dicho cuál fue el final
de la primera
iglesia del lugar; en cuanto al edificio
venerable por su
antigüedad y remembranza histórica,
el que después de
haber servido de asilo para mujeres
jóvenes sin hogar y
hoy sus ruinas siguen alojando una
escuela primaria,
fue demolido en parte por el profesor
Ramón Chávez
Madrigal, el año de 1961 (no obstante
su perfecto estado
de conservación), con el propósito
de edificar una
nueva escuela, proyecto que jamás cristalizó.
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