Monumento a Fray Jacobo Daciano en Tarecuato, Michoacán.
Fotografía de Rodrigo Godínez.
Y seguiremos en sus
relatos a Fray Isidro Félix de Espinosa:
“Con este oculto
llamamiento de Dios, renunció al oficio que tenía
de Provincial de
Dacia y se salió fugitivo, a favorecerse en tierra
de católicos (fue a
España) solo, a pie, descalzo y pidiendo limosna
de puerta en puerta”.
“Llegó a la corte
del monarca católico, que a la sazón lo era el
invictísimo Carlos
V, quien comprendió la utilidad que tan sabio
monje tendría para
la catequización del nuevo mundo, e inmediatamente
lo proveyó de
favorables cédulas reales y recomendaciones para el
Virrey y Real
Audiencia de la Nueva España, encareciendo el
decoro de tan gran
persona”.
“Por los años de
1530 a 1531, escribe el Lic. Don Eduardo Ruiz,
llega a la Nueva
España. Hacia el año de 1516, funda y predica,
primero en
Querétaro, pasa después a Tzacapu y finalmente a Tarecuato”.
“En los tres
lugares reorganiza a los indios, los induce a urbanizarse,
al arreglo de sus
poblados, a trabajar y a preocuparse por sus
almas inmortales.
Levanta humildes jacales, que le sirven de iglesia y
de convento,
construcciones que a fines del siglo fueron reemplazadas
por edificios de
cal y canto”.
En los “Anales de
Tarecuato”, del michoacano Doctor Don Nicolás
León, se lee: “Año
de 1543: En dicho año entró a Tarecuato
el Reverendo Padre,
Fray Jatobo Daziano e hizo la Iglesia de dicho
pueblo”.
“Por entonces era
Michoacán la atracción de los religiosos, que
querían probar su
fe y religión, pues eran incontables las poblaciones
de crecido número
de habitantes de indios de diferentes razas e idólatras,
aparte de que se
contaban grandes cosas de lo que en todos los
órdenes eran las
extensas tierras de los tarascas”.
“Vino, pues, Fray
Jacobo, con la orden de franciscanos y siendo
su ilustración muy
grande y facilidad para aprender diversas lenguas,
en poco tiempo fue
maestro en la lengua tarasca, que llegó a saber
con tal primor como
la latina, griega y hebrea”.
“Era admirable la
ligereza con que caminaba de una parte a otra,
llevado de la
necesidad de sus prójimos y se conoció que le ayudaba
otra fuerza
superior, pues caminaba tan ligero y veloz, que sucedió
muchas veces salir
de su convento para otros, con indios, que por el
respeto que le
tenían no le dejaban y yendo ellos a caballo caminando
tras él, al galope,
no le podían dar alcance, yendo Fray Jacobo a
pie y descalzo, y
cuando ellos llegaban ya él había descansado, y ellos y
sus caballos venían
rendidos”.
“Este fue uno de
aquellos varones de que hasta hoy se conserva
la memoria, que
teniendo su vivienda en un convento, que servía de
cabecera para otras
visitas, muy distantes, por ser tan contados los
religiosos, decía
la primera misa en aquel convento y después segunda
y tercera en partes
muy distantes y muchas veces se volvía el mismo
día a su convento”.
Ya lo dijimos: “El
pueblo de Querétaro fue fundación de Fray
Jacobo, y el
convento de Tzacapu, con su iglesia, se hizo también por
su esfuerzo y diligencia.
En el de Tarecuato trabajó para darle a la
iglesia y convento,
toda su perfección y aquí vivió años, hasta su
muerte”.
“Dotóle el Señor de
singularísimas gracias y entre ellas parece
haber tenido el
espíritu de profecía, pues estando de Guardián
en su convento de
Tarecuato, una noche que estaba en
oración, vio por
revelación divina, cómo el Emperador
de España, con su
muerte daba fin a lo caduco del
imperio humano.
Púsose al punto a
pedir al Señor por su a1ma, y luego
que amaneció, después
de haber rezado prima con los
demás religiosos, mandó
poner un túmulo tal como lo
merecía la grandeza
del difunto y lo permitía la corta esfera
de aquella iglesia,
y le cantó una misa de réquiem,
con la mayor solemnidad
que se vio en aquellos principios".
“Los religiosos
admirados de oír nombrar en la misa al Emperador
difunto, le
preguntaron qué motivo tenía para ello y respondió
que ciertamente era
ya difunto. Suspendieron, los religiosos, su juicio,
conociendo su
santidad y después de algunos meses, en que vino
la flota y trajo la
triste nueva, se supo con certeza que había muerto,
precisamente en la
noche de aquel día, en que Fray Jacobo le había
hecho las exequias”.
Fue el Emperador Carlos V, quien precisamente a las
dos de la
mañana, del día 22 de
septiembre de 1558, entregaba su alma a Dios,
en el convento de
religiosos Jerónimos de San Yuste, en España.
Fray Pablo de la
Concepción Beaumont, difiere por un día, en
esa fecha del
fallecimiento de Carlos V, pues dice que lo fue, “el día
de San Mateo, 21 de
septiembre de 1558”.
Posiblemente ambos
historiadores, Fray Isidro Félix de Espinosa,
y Fray Pablo de
Concepción Beaumont, tengan razón, pues el Lic.
D. Eduardo Ruiz,
nos dice “que la muerte del Emperador, tuvo lugar
la noche del 2l de septiembre, precisamente cuando Fray
Jacobo,
tuvo la revelación
de tan infausto acontecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario