(Segunda parte)
Los ancianos anfitriones están orgullosos de su
nieto, es el mayor, se llama como su abuelo y además
sigue la tradición familiar: en dos años más será médico, como lo es también su papá.
En aquella larga mesa el joven estudiante de
medicina, de muy agradable presencia, quedó sentado
frente a mí. El sabía que, por nuestra incipiente vocación religiosa, éramos un coto vedado a cualquier incursión de seducción.
Yo, en unos primeros momentos, como todas
mis compañeras, sostuve una actitud de recato;
pero después de que se entrecruzaron nuestras
miradas en dos o tres ocasiones, suavice mi actitud sin
caer en la ligereza de una coquetería manifiesta.
Y… ¡es que me mira diferente! No es la mirada
de los amigos de Asunción, no es la mirada de los
amigos de Amelia. Es una mirada como el abrazo
pausado de sus pestañas que hace latir mi corazón;
sin embargo, su mirada de pronto se retrae
tras sus párpados, como para guardar distancia.
—Conque ¿comparto la mesa con ocho jóvenes monjitas?
Ironizó el abogado.
—¡Tómalo como un privilegio! Le respondió el cura
¡Nunca el diablo que traes adentro estuvo mejor acompañado!
—Las señoritas son apenas aspirantes, intervino la promotora,
en tres meses todas. Espero que todas se queden
para iniciar su Noviciado y luego de tres años harán sus
Votos Perpetuos: ¡Hasta entonces serán no “monjitas”, sino
religiosas Consagradas al Señor!
—¡Qué bueno que tienen aún tiempo para pensarlo! ¡No
a todas les va bien! Advirtió socarronamente el señor Eleazar.
¡Aquí, el joven estudiante nos dirá los descubrimientos
terroríficos de lo que hace un siglo hacían los monjes de la
Santa Inquisición y de lo que han encontrado en el edificio
donde estudia!
—No las espante abogado, nada tiene que ver que estas
señoritas estén dispuestas a definir su vocación. Acuérdese,
yo mismo fui seminarista, durante más de seis años
estudié la carrera del sacerdocio pero un día sentí que no
era mi vocación y decidí ser médico, como mi padre y como
mi abuelo.
—Yo siempre pensé que mi nieto no tenía vocación para
ser cura si desde niño, lo recuerdo muy bien, pasaba aquí
con nosotros sus últimas vacaciones antes de entrar al
seminario, vocación fomentada tanto aquí por su abuela
Conchita, como por mi nuera y madre del muchacho, quien
tiene varios sacerdotes y religiosos entre sus familiares.
Recuerdo era diciembre y empezaron las fiestas de "pedir
posada". Aquí las organizaba doña carmelita, la esposa de
don Pedro, quienes al no tener hijos, año tras año reunían
en su casa a toda la chiquillada de los principales del
pueblo. Ahí este joven, niño en aquel entonces, estuvo en
la primer posada del día 16, también en la del día 17 y en
ninguna más porque su mamá y su abuela consideraron
que en esas fiestas se mostraba muy entusiasmado en los
retozos con las niñas, quienes después de pedir posada y
cantar las letanías, jugaban a las “prendas”, y a las “sillas”
y a mordisquear manzanas balanceándose y a tomarse de
las manos, niñas y niños, para hacer las rondas; y que no
era lo mas apropiado para quién, de once años apenas, iría
al seminario. Así que, mi nieto no entró al seminario; más
bien entre su mamá y su abuela lo encaminaron y rápido,
antes que lo entusiasmara alguna niña: ¡Ya en la cena de
nochebuena estaba encerrado!
—¡Para nada me arrepiento de haber estudiado en el
seminario! ¡En la Escuela de Medicina, y tengo entendido
que también en la de Leyes, los alumnos más aplicados son
los que provienen de estudiar en seminarios! Y como don
Eleazar está ansioso de que les platique qué se ha descubierto
en el edificio de la escuela donde estudio, pues no se
ha descubierto más que los indicios de lo que fue El Palacio
de La Santa Inquisición, que funcionaba ahí hace doscientos
años; ya lo saben, juzgar, atormentar y matar a los
apóstatas, a brujos y brujas, a sacerdotes y hasta algunas
monjas, es parte de esa historia del la Iglesia. De tal forma
que existen los vestigios de esas actividades e incluso se
guardan algunos instrumentos de tortura. ¡Terrorífica y
denigrante época ya superada! ¡Más aún, ahora la Iglesia
está expiando su gran pecado de ese tiempo, con la persecución
que en México y en todo el mundo católico, hacen
contra ella los liberales jacobinos! Eso es lo que don Eleazar
me pedía que les contara pero yo les diré algo más: La
Escuela de Medicina está en un edificio hermoso ¡Verdaderamente
un Palacio en la Ciudad de los Palacios! Adosado
y formando un conjunto majestuoso con la Plaza, el Convento
y el Templo de Santo Domingo. ¡Ojalá lo conocieran!
¡Es un privilegio estudiar ahí!
¡De verdad que estoy disfrutando de la cena y de
la convivencia!
—Han de perdonar, dijo doña Conchita, pero Chava
insistió en que preparara un atole de grano, ya que como
buen mexicano tiene la cultura del maíz. Insiste en que
éste es un plato típico, más que el mole poblano.
—El mole poblano ¡claro que es típico mexicano! Igual
que los chiles en nogada y el pescado a la veracruzana
¡Bueno, del México mestizo! Que del México prehispánico:
¡Todo lo del maíz!: uchepos, corundas, tamales… Pero cualquier
guisado con su sazón, doña Conchita, nos dé lo que
nos dé, es el mejor manjar.
Replica uno de los amigos mientras doña Conchita,
ayudada por dos muchachas que tiene a su servicio,
empieza a servir en platos hondos de barro, la
humeante cena.
—Esperen a que enfríe un poco ¡No vayan a quemar su
paladar porque entonces no apreciarán lo que comen…!
¡Miren jovencitas! Los sabores que perciben sus papilas
gustativas son seis: dulce, salado, picante, ácido, amargo y
astringente. En ese plato de atole de grano que tienen ante
ustedes, van a poder apreciar la combinación de cinco de
esos sabores básicos. El maíz tierno es dulce, se sazona
con sal de mar, le van a agregar la salsa de chile verde
para que pique un poco y unas gotas de limón para que se
acidule y, ya desde ahora, ese vaporcito que despide está
impregnado de fragancias del anís, que lo hace astringente,
refrescante pues. Agreguen a esto su consistencia líquida
atolosa, combinada con los granos tiernos pero sólidos del
maíz ¡Una ingeniería culinaria! Así que: ¡Adelante y buen
provecho!
Todos escuchamos la sapiencia del doctor en
cuestiones de comida, hasta que uno de sus amigos
acostumbrado a su elocuencia nos dice:
—¡Don Chava se las sabe de todas, todas y si no, se las
inventa!
Las sonrisas del comentario se diluyeron entremezcladas
en la boca con la primer cucharada del atole
de grano; que por cierto, mi mamá nos lo preparaba
también muy exquisito. ¡Cómo no acordarme de aquellas
tardes en tiempo de lluvia y en los momentos en
que las nubes cargadas de agua se abrían para dejar
pasar el sol que cobijaba el verdor de los campos! Y: ¡Ahí,
entre las tiernas hierbas, se multiplicaban los brotes de
anís! Arrancaba las matitas y me gustaba restregarlas
entre mis manos que quedaban agradablemente perfumadas.
(Nota del editor: para que el blog le muestre todos las entregas de la novela en una sola página, pulse con el cursor del ratón en la parte de abajo de esta Entrada, en donde dice Etiquetas: María Luisa novela por entregas Jaime Alonso Ramos Valencia).
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