LAS CRUCES ADORNADAS
Era un lindo espectáculo ver las cruces adornadas. Allá
arriba de las construcciones ostentaban sus cintas de colores ondeando al aire.
Arte efímero, como dijera de sus pinturas por un día José Luis Cuevas. La mano
artista de un albañil anónimo escogió los colores y los fue combinando a su
antojo, sabiamente, con esa sabiduría natural que nace no se sabe de dónde.
Uno no se explica cómo la ciudad está en plena construcción
en una época en que los materiales suben desmesuradamente día a día; parece que
la gente se ha apresurado a construir para ganarle la delantera a la guerra de
los precios. Por dondequiera, en consecuencia, se ven materiales de
construcción en plena calle, obstruyéndola al tránsito y declarándola
propiedad particular. En la Nueva Luneta permanece así una calle desde hace dos
años. Cuando vine a vivir aquí ya estaba un carril en la calle obstruido,
obligando a los automóviles a usar el otro carril en dos sentidos. Creo que una
buena medida sería que las autoridades competentes requisaran ese material
para obras de interés social.
Pero les estaba contando de la hermosa costumbre de las
cruces adornadas. Tras cada cruz hay un convivio. Los hombres de la pala y la
cuchara festejan su día platicando, comiendo, bebiendo y, a veces, entre
rasgueo s de guitarra, cantando. No falta quien, con la euforia del momento,
se tire al ruedo del baile.
Allí el parlanchín echa su cuarto a espadas; el contenido
como don Carlos, no se sale de la raya jamás; hay otros que un poco aparte,
beben su cerveza parsimoniosamente; callados "no más milando"; los
jóvenes tímidamente, y a fuerza de animarlos, van tomando las rebanadas de jícama
o sandía que se acaban a mordisco limpio, contra el aire. No faltan los que
quieren platicar un poco con los dueños de la construcción, así se establece
una comunicación "muy padre", como diría cualquier jovenazo de hoy.
Así va uno sabiendo cómo ellos se ganan el pan nuestro de cada día; se entera
uno de que la señora acaba de tener un bebé; que la hija va a la secundaria;
que están haciendo un baño más grande y a propósito ahora que los hijos van
creciendo.
Tortilla tras tortilla, la canasta se va vaciando, las
cazuelas llenas un poco antes de sabrosa tinga, de arroz, de chicharrones en
salsa verde declaran su sabrosura. Los hombres comen entre chascarrillos y
risas y algunos, rezagados, prefieren entrarle a la bebetunga, hasta donde el
cuerpo aguante. Es un convivio reconfortante y aleccionador que debiera darse
con más frecuencia, forzando fechas y festividades. Cada ladrillo pegado, cada
cimiento, cada columna, debieran ser motivo para dar gracias a los hombres de
la cuchara y la pala.
Zamora, Mich., el 3 de mayo de 1985, día de la santa Cruz
Nota: la fotografía de la cruz adornada fue tomada de: ramoyam1.blogspot.mx
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