LOS RELÁMPAGOS DE AGOSTO
He regresado de México a Zamora por la vía corta, pasando el
Bajío. En pleno domingo, cuando se supone que la gente descansa todavía del
ajetreo semanal, la terminal de autobuses está a reventar. Camiones y más
camiones se estacionan para vaciarse y volver a llenarse. Allí no se nota la
crisis, pues el alza de las tarifas parece no afectar la economía de esa
multitud que, antes de tomar asiento en “la unidad”, se provee de tortas,
refrescos, dulces, fruta, pan, palomitas y un buen tambache de cuentos y
novelas de “monitos” que son devorados al unísono, sin importar el vaivén del
camión en movimiento.
Salimos a tiempo, a la hora indicada, lo cual es algo
extraordinario. y o no traía ni libro, ni periódico ni nada para leer; cuando viajo
de día prefiero ver el paisaje y admirar los contrastes del verde con el rojo y
amarillo de las flores del campo punteado con el blanco de las garcetas que, de
perfil, tragan mosquitos y pescados a discreción.
¡Cuánto ha llovido estos días, Dios mío! A uno y otro lado
de la carretera se improvisan arroyos y lagunas que incrementan su contenido
con la incesante llovizna o la lluvia tormentosa y relampagueante. Las nubes
negras se van aproximando como toros furiosos, echando chispas de electricidad
en quebrados relámpagos, antes de oír el estruendo de la descarga que nos hace
presentir horribles hecatombes.
Desde Querétaro hasta Zamora, camino más agradable con la
compañía de Blanca Rocha, con quien coincidimos también en el viaje de ida,
compartimos la visión del paisaje anegado de aguas apresuradas y espumosas.
¿Qué se hace todo ese caudal? ¿Habrá presas bastantes para recogerlo y
guardarlo, como la hormiga previsora de la fábula para los tiempos de secas?
Pregono mi ignorancia en ese sentido, mas mucho me temo que como viene esa agua
así se va, no sin antes “agüetar” las milpas y dejar inconcluso el crecimiento
del sorgo, que ya granado, pinta el paisaje de rojos y marrones.
Al llegar a
Zamora, las cajas de agua rebosantes amenazan vomitar demasías hasta la
carretera, esas cajas de agua, nidales de mosquitos que tiene uno que evadir a
fuerza de pabellones repelentes y mágicos humos de hierbas olorosas. De todas
maneras es bueno regresar a Zamora que, como su homónima española, “no se tomó
en una hora”.
Zamora, Mich., el 19 de
agosto de 1985, día de san Luis Gonzaga
Fotografía de Alberto Vázquez Cholico
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