INTRODUCCIÓN
De una ciudad no disfrutas
las siete o las
setenta y siete maravillas, sino la respuesta
que da a una pregunta tuya.
Italo Calvino (Las ciudades invisibles)
El deterioro
gigantesco y rapidísimo que han experimentado las ciudades mexicanas
en su calidad de vida en el entorno construido,
constituye uno de los procesos sociales más dramáticos y lamentables de la
realidad provinciana de los últimos treinta años.
El funcionalismo en arquitectura,
buscando la modernidad y la eficiencia, descubrió que era muy rentable la
especulación urbana y la misma industria de la
construcción.
Contradictoriamente,
negando las ideas más rescatables de los maestros del Movimiento Moderno, las
decisiones que afectaban las trazas urbanas existentes se comenzaron a tomar no
por su eficacia social, sino de acuerdo a las ventajas que pudiera presentar a
los intereses del capitalismo criollo.
En casos como el de
Zamora, se favoreció un crecimiento indiscriminado sobre tierras de enorme
calidad agrícola con esquemas de lotificación que no alentaban la vida de barrio
y, en cambio, sí presentaban características que nada tenían que ver con hábitos,
conductas y modelos de relación de esta parte del occidente michoacano. Se
abrieron, en la mayor parte de las ciudades de tamaño medio, sus calles
principales.
Las consecuencias
fueron múltiples: se tiraron edificios cargados de significado, que servían
además de puntos de referencia para orientarse en la trama urbana; se favoreció
el uso del automóvil sin generar un equivalente atractivo en el transporte público;
se eliminó definitivamente la protección de aleros o pestañas, haciendo difícil
el desplazamiento a pie; se embellecieron las plazas y los primeros cuadros en
detrimento del equipamiento primario que necesitaban las periferias; se limitó
el empleo de las calles para uso de las fiestas de carácter religioso; se
desplazó a los habitantes del centro hacia los nuevos fraccionamientos para
dejar lugar a avenidas más
anchas o a centros comerciales copiados caricaturescamente de los originales
yanquis.
Se alteró así la configuración cultural de los distintos
espacios territoriales, acentuando su segregación al destruirse, sin tomar en
cuenta la opinión de los habitantes, las fronteras naturales de los barrios y
de los asentamientos más consolidados.
La voluntad
política de reforzar la vida de los municipios, mostrada en las reformas al
artículo 115 constitucional en febrero de 1983, no se vio complementada con la generación de
herramientas administrativas que permitieran, en la práctica cotidiana, un
cierto grado de control de las diferentes
realidades urbanas.
Los gobiernos municipales, acostumbrados a recibir instrucciones
tan precisas como arbitrarias de los gobiernos
estatales, se encontraron de pronto con el paquete entre las manos, presionados por todos lados, sin saber
cómo interpretar las nuevas reglas de juego y cómo manejar sus implicaciones
políticas.
Mientras tanto, las ciudades se vuelven más caóticas, más desordenadas,
más fragmentarias, menos habitables. Los afectados, los habitantes, dejan de
sentir “querencia” por sus ciudades al no sentirse ya
identificados con ellas. Las calles se vuelven territorio de nadie. Cada
esquina se convierte en un basurero, proliferando por todas partes, en el
contexto de una fealdad esplendorosa, las ratas, las moscas y las cucarachas.
Existen, en las
ciudades principales, oficinas municipales que se encargan de los problemas
urbanos. Existe también, como parte del cabildo, un regidor de obras públicas.
Pero la experiencia demuestra que en ambas dependencias se desconocen las
características geográficas, históricas y culturales de la región sobre la que
se trabaja.
Se manejan planos incompletos y pocos precisos. Se sigue
dependiendo de un presupuesto raquítico, soltado a cuentagotas por el estado central.
Se desconoce la manera de establecer prioridades y, por tanto, se acometen
programas no estructurados, aislados y sin una base social que los respalde
suficientemente. Se divide la retícula urbana en cuadrantes iguales, como si se
tratase de zonas semejantes.
Este trabajo
pretende mostrar, por lo anterior, que es urgente encontrar nuevas alternativas
para lo que sucede actualmente con el urbanismo de gabinete que se practica en
México.
He elegido el barrio de Madrigal, en la ciudad de Zamora, para
ejemplificar, con un caso como éste, que un fragmento de la ciudad es algo más
que su apariencia exterior.
Se ha pretendido vivificar la relación entre un
cierto tipo de hábitat y los modos locales de comportamiento convertidos
en tradiciones asimiladas por la comunidad.
Se ha buscado
ordenar el material en forma didáctica y sencilla, sirviéndose en lo posible de
la fotografía, de manera que pueda servir a la gente del barrio y a las
autoridades municipales, como un espejo reversible que pueda, al tiempo que se
reconozcan escenarios y actores, propiciar transformaciones sustanciales que lleven
a recuperar la dimensión afectiva de la vida humana.
Con el tiempo, si se logra
echar a andar el trabajo comunitario y la toma de decisiones en las propias
localidades, será posible tal vez volver a encontrar un cauce para que la
comunidad decida sobre sus formas de organización y sobre sus urgencias, a partir
del redescubrimiento de la riqueza compleja del tejido urbano vivo y
significante.
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