En el sitio donde se construyó la iglesia del Sagrado Corazón, había una casa habitación, perteneciente a la testamentaría de Don Ramón García Vallejo.
Es posible que el Pbro. Faustino Murguía haya estado encargado de la fábrica material desde sus inicios. Si así fue, seguramente fue el responsable de la construcción inmediata de un jacalón paralelo a la calle, donde se empezó a celebrar misa. Por 10 menos en 1894 -dos años después del inicio de la construcción- era el mismo Murguía quien estaba a cargo de la obra que pensaba inaugurar en de enero de 1900.
Sin embargo la obra avanzó penosamente, entre enormes dificultades económicas a pesar de recibir recursos de distintas procedencias.
El conflicto entre la Iglesia y el Estado, que llevó al cierre de numerosos templos en 1926, también tocó a Zamora. El 31 de julio de ese año, la iglesia -aún en construcción, pero funcionando como tal- se entregó a una comisión formada por varios ciudadanos.
El inventario que se levantó en esa oportunidad, habla de la pobreza patrimonial del templo, donde había solamente tres esculturas: el Sagrado Corazón de Jesús, el Sagrado Corazón de María y un San José, y catorce cuadros pequeños del Vía Crucis.
En 1930 el culto estaba abierto en una sola nave y así continuó hasta 1933, cuando se retomaron las obras. El 8 de mayo de 1936 el encargado del templo, Pbro. Francisco Padilla, levantó un inventario del «Oratorio del Sagrado Corazón de Jesús» «que está adaptado provisionalmente en una de las bóvedas del templo en construcción» (...) «y que los materiales empleados son adobón, mezcla, cantera y cemento».
Con la asesoría del Ing. José Luis Amezcua, de Guadalajara, se proyectó el altar, el trono y el manifestador. El mismo Ing. Amezcua presentó en 1951 un estudio referido a la verificación de la estabilidad de las bóvedas. Todas estas obras emprendidas entre 1946 y 1954 provocaron gastos por 306.000 pesos.
Desde 1957 comenzó la campaña de solicitud de donativos para la construcción del Altar Mayor para el que se había elegido como material el mármol y para la instalación de los ventanales, que se sentían como una imperiosa necesidad. Con el mismo fin conseguir fondos para continuar la construcción en 1959 se abrió una cripta para restos bajo el altar mayor.
Once años después del estudio del ingeniero Amezcua, en 1962 ya habían sido reforzadas las bóvedas y se iba a comenzar con el recubrimiento interior de la iglesia con cantera. Pero a pesar de este anuncio, las obras se llevaron a efecto entre 1969 y 1975, del mismo modo que los altares.
En 1963 GUIA dedicó un número a la construcción del Sagrado Corazón: en ese momento se estaban acondicionando las naves que todavía no entraban en funcionamiento; se construye parte del piso del altar mayor, se limpiaron y pulieron las columnas, los arcos y las bóvedas, así como las puertas mayores, de cedro rojo.
Los vitrales se realizaron entre 1976 y 1982, siguiendo una idea del P. Vázquez, y el diseño estuvo a cargo del sacerdote Mario Amezcua Barrera y la realización es del vidriero Víctor Franco. El P. Amezcua también es el responsable de los murales de las iglesias de Fátima en Apatzingán, Santa María Tomatlán en el Distrito Federal y la iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza en Jacona, Mich., en la que también hizo los vitrales, el diseño arquitectónico y la decoración en general.
La dilatada construcción de esta iglesia pudo haber traído como consecuencia la decisión de cambiar el partido arquitectónico neogótico original. Abundan los ejemplos de estos cambios de rumbos, impulsados por nuevos gustos, nuevas necesidades y sobre todo, carencias económicas para terminar una obra de esta magnitud. En el caso del Sagrado Corazón, lo único que hay que lamentar es que no se haya terminado la torre central, hecho que orilla al edificio al grupo de las obras «inconclusas» de la ciudad.
El apego al proyecto, en especial en cuanto al cerramiento de las bóvedas, creó un espacio de nobles proporciones. Tanto los elementos estructurales propios del estilo, como las nervaduras de las bóvedas, los pilares con medias columnas adosadas, así como los elementos ornamentales, o los arcos apuntados rematados por gabletes que culminan los altares laterales, o los rosetones de la fachada, se conjugan armónicamente con la limpieza ornamental del interior y el diseño del altar mayor. En cuanto al mismo, es interesante relacionarlo con la fachada de la Purísima de la ciudad de Monterrey, obra del arquitecto Enrique de la Mora, de 1943.
(Texto publicado originalmente en la revista Entorno, de Ingenieros y Arquitectos de Zamora, A.C., con con la autoría de la doctora Nelly Sigaut, profesora investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán, y con datos aportados en su libro Catálogo Arquitectónico del Bajío Zamorano, Primera Parte: la Ciudad de Zamora, publicado por el propio ColMich. Las extraordinarias fotografías que ilustran los reportajes gráficos de Entorno son de Alberto Vázquez Cholico).