Monumento a Fray Jacobo Daciano en Jiquilpan, Michoacán.
Fotografía de Carlos Magaña Díaz.
Y por lo que
pudiéramos decir de la relación hablada, de las
leyendas, como las
anteriores del Lic. D. Eduardo Ruiz, lo que cariñosamente
se ha ido
transmitiendo en varios siglos, de generación
en generación, lo
que oíamos de niños, lo que escuchábamos de labios
de nuestros
antepasados, de los más viejos del pueblo, cuando ya
nuestros abuelos
por sus muchos años, estaban para despedirse de esta
vida, es más o
menos lo mismo, con sólo algunos detalles, a cual
más fantásticos,
para hacer más ameno el relato, darle mayor interés
y más misterio a
cada detalle.
Lo que en realidad
puede considerarse como más o menos cierto;
lo que se ha ido
confirmando al transcurso de los años, sobre el
lugar, la cueva o
la cripta muy oculta, en que posiblemente por más
de doscientos años,
se conservó sin descomposición el cadáver de Fray
Jacobo, es que, o
fue en un subterráneo del convento, o en algún lugar
muy escondido en
las serranías cercanas a Tarecuato, donde, él,
conocedor como
ninguno de los más intrincados vericuetos, barrancas
y grutas de las
montañas, instruyó a algunos de los principales del pueblo
y de toda su
confianza, para que al morir lo guardaran, en ese determinado
sitio, ya preparado
de antemano, y en donde por la humedad
de algún nacimiento
de agua extremadamente fría, y la cueva
igualmente a una
permanente temperatura de refrigeración, pues en
los alrededores
de Tarecuato, hay alturas de más de tres mil metros,
sobre el nivel del
mar, su cuerpo momificado, tendría que conservarse
sin descomposición
indefinidamente.
Y así permaneció
muy probablemente, quizás por más de dos siglos,
pues se ha sabido
de una manera insistente, que con mucho sigilo,
sus parientes de
sangre real de la muy lejana Dinamarca, del ya
hace mucho tiempo
desaparecido reino de Dacia, por conducto de una
Embajada extranjera
en México, hicieron gestiones, para llevar el
cuerpo momificado
de tan extraordinario religioso, del “Santo de Tarecuato”,
a descansar para
siempre en la vieja Europa, en el cementerio
de sus mayores.
Precisamente al
terminar de escribir lo anterior, abril de 1957,
quisimos ir a ver
con nuestros propios ojos, lo que ya hace más de
veinticinco años,
habíamos visto igualmente que ahora,
con la veneración que
se tiene para lo que nos habla,
en sus piedras, en
la antigüedad de sus muros carcomidos
por los siglos, en
tantos y tantos pequeños detalles, de lo que
sería, de lo que fue,
en sus tiempos de esplendor
el convento de
''Santa María de Jesús" de Tarecuato, de
más de cuatro
siglos de existencia.
En donde vivió más
de cincuenta años, haciendo el bien, y en
donde
cristianamente también murió, Fray Jacobo Daciano, que
tanto amó a
nuestros pueblos serranos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario