Santuario de Nuestra Señora de la Asunción
en Tingüindín, Michoacán.
Fotografía de Luis Francisco Duarte Medina
En documentos antiguos, escritos por los años de 1579 y 1580, refiriéndose a la conquista de Tingüindín, es decir a cuando fue sometido este pueblo a la corona de Castilla, para el pago de los tributos al Rey de España, se dice:
“El descubridor conquistador deste dicho pueblo fue Don Fernando Cortés y Christoval Dolí, y otra mucha gente que venía con él, lo cual abra más de sesenta años que se conquistó”.
Seguramente que de una manera correcta debieron o quisieron escribir: “El conquistador de este dicho pueblo fue Don Fernando o Hernán Cortés y Don Cristóbal de Olid, y otra mucha gente que venía con él, lo que fue, hará más de sesenta años”.
Enseguida vamos a comprobar que no fue en la expedición de Don Cristóbal de Olid cuando fue conquistado Tingüindín, y que mucho menos los sesenta años que se dice habían transcurrido de esa conquista en 1579, pues nos daría el año 1519, y sabido es que la expedición por Michoacán de Olid fue más o menos por 1525.
Vamos a dar a conocer datos exactos de que la conquista pacífica de Tingüindín no fue por Don Cristóbal del Olid sino precisamente por Don Nuño de Guzmán en el año 1530, poco después de la muerte del último rey de Michoacán, Tanganxoán II.
El Doctor Don José Guadalupe Romero, en su obra “Noticias para formar la Historia y la Estadística del Obispado de Michoacán”, libro que fue impreso en 1862, dice lo siguiente:
“Tingüindín. Lugar muy antiguo, poblado por indios tarascos, conquistado por Nuño de Guzmán, después de la muerte de Tanganxoán II al pasar por estos lugares a la sangrienta conquista de la Nueva Galicia (hoy Jalisco).
“Se cree que Fray Jacobo Daciano fue el que civilizó a los indios y fundo la ‘doctrina’. En fines del siglo XVI ya tenía párroco del clero secular”.
De la meritísima labor espiritual y también material de Fray Jacobo Daciano en nuestro pueblo de Tingüindín y sus alrededores, merece escribirse con particularidad, pues es de justicia recordar con verdadera veneración a tan bondadoso y sabio religioso, y así lo haremos poco adelante.
Será un pequeño tributo nuestro a su memoria, pues aquí con sus queridos “naturales”, a quienes él llamaba sus hijos, gastó su larga y fecunda vida y les habló cariñosamente en su propia lengua, pues refiere la historia que en muy poco tiempo fue verdadero maestro de la lengua “tarasca”, como lo fue de la latina y hebrea.
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