jueves, 11 de febrero de 2021
Piña de barro vidriado de San José de Gracia, municipio de Tangancícuaro en Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Bulmaro Ortiz Galván
Descansando de la Danza de Los Viejitos en Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Israel López Ruiz
Interior de la cúpula y candil de la catedral de Zamora en Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Ricardo Cruz Rocha
Puesto de fruta en el Mercado Hidalgo de Zamora en Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Jaime Ramos Méndez
miércoles, 10 de febrero de 2021
Bóvedas de la catedral de Zamora en Michoacán - Fotografía de Silvia Sánchez Villegas
Lancha en el lago Camécuaro, municipio de Tangancícuaro en Michoacán - Fotografía de Sergio Alfaro Romero
Panorámica de la Presa Verduzco, o de La Luz y parte alta de Jacona en Michoacán - Fotografía de Salvador Tarelo García
Torres del Santuario Guadalupano de Zamora en Michoacán - Fotografía de Rodrigo Godínez
Tiempo de lluvias en la calle Colón de Zamora en Michoacán - Fotografía de Ricardo Galván Santana
Templo de San Francisco de Asís y Santuario Guadalupano en Zamora, Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Sergio Alfaro Romero
Lago Camécuaro, municipio de Tangancícuaro en Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Guillermo González
Nave y altar mayor del templo de San Juan Diego en Zamora, Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Israel López Ruiz
Fuente y kiosco en la plaza principal de Chavinda en Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Juan Cendejas Zamora
Antiguo palacio episcopal y luego federal en Zamora, Michoacán - 𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 𝐝𝐞 Juan Carlos Zamudio Mendoza
lunes, 8 de febrero de 2021
Zamora en el valle Tziróndaro, lugar de lagunas
El mar chapálico nunca pensó que se retiraría tanto de estos lugares y que el destino lo convertiría en un charco miserable tras regalar tierras pródigas a su paso hacia la extinción. El zamorano contemplaría desde alguna loma aledaña aquella enorme laguna, jamás imaginando que la tierra había surgido entre las aguas tachonada de islas asomando cabeza por encima de un mazacote de numerosos y confusos pantanos y ciénagas que terminarían convirtiéndose en una sinfonía de llanuras y valles.
Los que vieron aquellos lodazales no podrían creer lo que a sus ojos se abría desde lo alto del cerro: un valle cuadriculado como rompecabezas armado y acequias en donde claramente se ve el agua delimitando parcelas que parecen haberse acomodado solas, unas tras otras hasta donde la vista alcanza. Las que no están pintadas en tonos de verde lucen el color oscuro de la tierra.
Desde esa perspectiva, meramente contemplativa, en la quietud del clima no hay rastros de los afanes del trabajo que construyó todo aquello ni de las tareas de cultivo que han mezclado intensas faenas con paciente espera. La conclusión es asombrosa: el paisaje natural del Valle de Zamora fue en buena parte construido por sus habitantes.