En el lugar qué hoy ocupa la iglesia dedicada a Nuestra Señora de los Dolores, había una capilla conocida como del Señor de la Columna, que le daba nombre al barrio. En un plano de la ciudad de Zamora del año 1805, aparece la mencionada construcción representada como una sencilla iglesia con una torre, emplazada de oriente a poniente en sentido paralelo al de la calle y con un arco de medio punto que señalaba seguramente el ingreso a un atrio pequeño.
Hacia 1835 la advocación de la capilla ya era la de Los Dolores y la principal fuente de información sobre la misma es un librito de memorias del Padre Gabriel Silva. Es el “Libro en que constan algunas noticias interesantes y curiosas, que por ocasión del retiro espiritual que se hace todos los días primeros de cada mes en honor de la Divina Providencia en este Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de esta Ciudad de Zamora; se han ido expresando las cosas más notables ocurridas en el mismo tiempo, aumento en el culto, utensilios de todas clases, de que se hallaba distribuida la capilla vieja y progresos de la nueva fábrica, emprendida el lunes 20 de abril de 1835... P. G. Silva”.
Desde principios del siglo XIX entonces, se hacían retiros espirituales en el Santuario de Dolores y es posible que el aumento de esta práctica haya alentado posteriormente la construcción de la Casa de Ejercicios, que estuvo ubicada detrás de la iglesia hacia 1880.
La presencia del Padre Gabriel Silva Lejarazo parece haber sido fundamental en la construcción de la nueva iglesia. Según un informe de 1905, “... después de haber servido en el ejército, vino a terminar sus días construyendo un santuario a sus expensas, para las madres afligidas”. Según este informe no sólo edificó la obra a sus expensas, sino que “... él mismo vigiló como sobrestante la obra, día a día se hacía conducir al lugar en silla de manos porque estaba impedido y allí permanecía vigilando y dirigiendo los trabajos”.
En el año de 1843 se protocolizó una donación a favor de esta iglesia que resulta particularmente interesante. Don Diego Verduzco cedió 100 pesos a la capilla de Nuestra Señora de los Dolores “para que con el producto del rédito anual se hagan las reparaciones materiales a la capilla, anualmente, durante el mes de mayo o junio”. Ésta habla de una arquitectura de adobe, que la gente de la región sabía cuidar y como parte de este cuidado se entendía una reparación al año, sobre todo antes de la época de lluvias.
En muchos de los reclamos que se hicieron después de la intervención de los bienes eclesiásticos, en 1926, se reiteraba que este tipo de material necesita de un mantenimiento anual y que la falta del mismo conduce inevitablemente a una rápida ruina de los edificios. De ahí la desaparición de construcciones como el Seminario, el Colegio Teresiano, la Escuela de Artes y Oficios, el Convento de Capuchinas, por mencionar sólo algunos ejemplos.
La iglesia tenía una puerta lateral que comunicaba con el cementerio. En 1845 el panteón de Dolores, como se le conocía, sufrió algunas modificaciones: se autorizaron arreglos en las tapias que daban sobre la calle Dr. Verduzco, así como construir sepulcros en las paredes y levantar capilla.
Al canónigo José Guadalupe Romero le gustó la iglesia y así lo asentó en su visión de la región por el año 1860. Se admiró por la “unidad en su plan arquitectónico y buen gusto en el adorno interior de los altares, que son de cantera estucada y dorada”.
En el año de 1878 hubo un extraño robo que permite conocer cuáles eran las devociones más importantes de la iglesia, ya que estas imágenes eran las que tenían una mayor dotación de exvotos de oro y plata: San Francisco de Paula; Jesucristo; San Roque y San José. El ladrón se tiró por la ventana, se fracturó las dos piernas y quedó inmovilizado en el suelo, donde lo encontraron tirado, cubierto con las capas que les había robado a las imágenes, repletas de “milagros”.
Hubo una reconstrucción del edificio en 1882, fecha que se puso en el ingreso a la sacristía. En diciembre de 1883 seguían las obras, que seguramente habían comenzado en 1880. En efecto, también hacia la calle Dr. Verduzco, es decir, el lateral poniente de la iglesia, se estaba construyendo la capilla dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, con el impulso del P. Luis Álvarez, quien había pintado el altar principal imitando las rocas de la aparición. La inauguración de la capilla se realizó el siguiente año de 1884.
Como los demás templos, éste fue intervenido en 1926 y por este motivo se levantó un inventario de sus muebles y útiles, el 29 de julio de ese año. Las esculturas de madera que había en la iglesia representaban a la Virgen de Lourdes; Santa Bernardita; (seguramente las dos estaban en la capilla de Lourdes); San Luis Gonzaga; San Ignacio de Loyola; Señor de las Tres Caídas; San Cayetano; San Antonio; la Virgen del Rosario; San Francisco de Paula (que seguía teniendo gran devoción porque lo acompaña el comentario: “de milagros de plata y, muchos retablos”); la Purísima; San José; San Francisco de Asís; Jesús Nazareno; Jesús en la columna; Jesús Crucificado; el Sagrado Corazón; Nuestra Señora del Carmen; Nuestra Señora de los Dolores y dos ángeles adoradores. Pero además había una buena cantidad de pinturas: una Virgen de Guadalupe; Nuestra Señora del Refugio; la Santísima Trinidad; catorce cuadros que representaban el Vía Crucis; San Luis; San Antonio y otros dos cuadros de los cuales no se indica el tema.
Es casi inevitable la comparación con el inventario que se hizo de los bienes de la Catedral, de las siete imágenes de escultura que allí había «en buen estado, en distintos lugares del templo». La abundancia icónica de Los Dolores habla con bastante claridad de una religiosidad popular, basada en el sentimiento piadoso hacia una devoción particular.
El templo está al cuidado de los Salesianos desde alrededor de 1940. En 1975 se realizó la última intervención en la obra, cuya atinada restauración estuvo a cargo del Arq. Javier Gutiérrez, de Uruapan.
(Texto publicado originalmente en la revista Entorno, de Ingenieros y Arquitectos de Zamora, A.C., con con la autoría de la doctora Nelly Sigaut, profesora investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán, y con datos aportados en su libro Catálogo Arquitectónico del Bajío Zamorano, Primera Parte: la Ciudad de Zamora, publicado por el propio ColMich. Las extraordinarias fotografías que ilustran los reportajes gráficos de Entorno son de Alberto Vázquez Cholico).
1 comentario:
Gracias Jaime por compartir la historia de nuestra Iglesia.
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