viernes, 11 de octubre de 2013

Fray Jacobo Daciano - Texto de don Ramón Pardo Pulido (tercera parte)

Monumento a Fray Jacobo Daciano en Tarecuato, Michoacán.
Fotografía de Rodrigo Godínez.

Y seguiremos en sus relatos a Fray Isidro Félix de Espinosa:

“Con este oculto llamamiento de Dios, renunció al oficio que tenía
de Provincial de Dacia y se salió fugitivo, a favorecerse en tierra
de católicos (fue a España) solo, a pie, descalzo y pidiendo limosna
de puerta en puerta”.

“Llegó a la corte del monarca católico, que a la sazón lo era el
invictísimo Carlos V, quien comprendió la utilidad que tan sabio
monje tendría para la catequización del nuevo mundo, e inmediatamente
lo proveyó de favorables cédulas reales y recomendaciones para el
Virrey y Real Audiencia de la Nueva España, encareciendo el
decoro de tan gran persona”.

“Por los años de 1530 a 1531, escribe el Lic. Don Eduardo Ruiz,
llega a la Nueva España. Hacia el año de 1516, funda y predica,
primero en Querétaro, pasa después a Tzacapu y finalmente a Tarecuato”.

“En los tres lugares reorganiza a los indios, los induce a urbanizarse,
al arreglo de sus poblados, a trabajar y a preocuparse por sus
almas inmortales. Levanta humildes jacales, que le sirven de iglesia y
de convento, construcciones que a fines del siglo fueron reemplazadas
por edificios de cal y canto”.

En los “Anales de Tarecuato”, del michoacano Doctor Don Nicolás
León, se lee: “Año de 1543: En dicho año entró a Tarecuato
el Reverendo Padre, Fray Jatobo Daziano e hizo la Iglesia de dicho
pueblo”.

“Por entonces era Michoacán la atracción de los religiosos, que
querían probar su fe y religión, pues eran incontables las poblaciones
de crecido número de habitantes de indios de diferentes razas e idólatras,
aparte de que se contaban grandes cosas de lo que en todos los
órdenes eran las extensas tierras de los tarascas”.

“Vino, pues, Fray Jacobo, con la orden de franciscanos y siendo
su ilustración muy grande y facilidad para aprender diversas lenguas,
en poco tiempo fue maestro en la lengua tarasca, que llegó a saber
con tal primor como la latina, griega y hebrea”.

“Era admirable la ligereza con que caminaba de una parte a otra,
llevado de la necesidad de sus prójimos y se conoció que le ayudaba
otra fuerza superior, pues caminaba tan ligero y veloz, que sucedió
muchas veces salir de su convento para otros, con indios, que por el
respeto que le tenían no le dejaban y yendo ellos a caballo caminando
tras él, al galope, no le podían dar alcance, yendo Fray Jacobo a
pie y descalzo, y cuando ellos llegaban ya él había descansado, y ellos y
sus caballos venían rendidos”.

“Este fue uno de aquellos varones de que hasta hoy se conserva
la memoria, que teniendo su vivienda en un convento, que servía de
cabecera para otras visitas, muy distantes, por ser tan contados los
religiosos, decía la primera misa en aquel convento y después segunda
y tercera en partes muy distantes y muchas veces se volvía el mismo
día a su convento”.

Ya lo dijimos: “El pueblo de Querétaro fue fundación de Fray
Jacobo, y el convento de Tzacapu, con su iglesia, se hizo también por
su esfuerzo y diligencia. En el de Tarecuato trabajó para darle a la
iglesia y convento, toda su perfección y aquí vivió años, hasta su
muerte”.

“Dotóle el Señor de singularísimas gracias y entre ellas parece
haber tenido el espíritu de profecía, pues estando de Guardián
en su convento de Tarecuato, una noche que estaba en
oración, vio por revelación divina, cómo el Emperador
de España, con su muerte daba fin a lo caduco del
imperio humano.

Púsose al punto a pedir al Señor por su a1ma, y luego
que amaneció, después de haber rezado prima con los
demás religiosos, mandó poner un túmulo tal como lo
merecía la grandeza del difunto y lo permitía la corta esfera
de aquella iglesia, y le cantó una misa de réquiem,
con la mayor solemnidad que se vio en aquellos principios".

“Los religiosos admirados de oír nombrar en la misa al Emperador
difunto, le preguntaron qué motivo tenía para ello y respondió
que ciertamente era ya difunto. Suspendieron, los religiosos, su juicio,
conociendo su santidad y después de algunos meses, en que vino
la flota y trajo la triste nueva, se supo con certeza que había muerto,
precisamente en la noche de aquel día, en que Fray Jacobo le había
hecho las exequias”.

Fue el Emperador Carlos V, quien precisamente a las dos de la
mañana, del día 22 de septiembre de 1558, entregaba su alma a Dios,
en el convento de religiosos Jerónimos de San Yuste, en España.

Fray Pablo de la Concepción Beaumont, difiere por un día, en
esa fecha del fallecimiento de Carlos V, pues dice que lo fue, “el día
de San Mateo, 21 de septiembre de 1558”.

Posiblemente ambos historiadores, Fray Isidro Félix de Espinosa,
y Fray Pablo de Concepción Beaumont, tengan razón, pues el Lic.
D. Eduardo Ruiz, nos dice “que la muerte del Emperador, tuvo lugar
la noche del 2l de septiembre, precisamente cuando Fray Jacobo,
tuvo la revelación de tan infausto acontecimiento.

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