jueves, 11 de octubre de 2012

Doña Armida de la Vara - De lo cotidiano - El nido




EL NIDO

Prendido a una rama colgante de mi bugambilia, he descubierto un nido. Es un nido pequeño, tejido primorosamente con finas fibras. Lo hizo una pajarita diminuta y vivaz de gris plumaje, quizá de la familia de los gorriones. No estoy segura.

Siento de veras no haber presenciado toda esa labor de tejedora; habría sido hermoso contemplar cómo el nido iba conformándose y cómo la pájara lo acolchonó con sus suaves plumas.

La algarabía de los polluelos me hizo un día mirar hacia la rama florecida y allí estaba la obra de la arquitectura más perfecta, con tres pajaritos desnudos, con los picos abiertos. Eran como tres corazones rosados palpitantes.

Desde que descubrí ese nido he estado pendiente de él, temiendo que las tormentas que zarandean las ramas lo vayan a desprender, o si los hilos de agua o los goterones ahoguen a los polluelos. Pero no; después de todo el nido ha permanecido como si nada.

La pájara supo bien por qué hizo en esa rama inquieta la casa para sus hijos. Creo que ni un gato podría trepar hasta allá; la fragilidad de la rama no podría sustentar su peso y lo haría caer. Sólido en su fragilidad, flexible el tejido, sigue los ires y venires del viento y de las brisas veraniegas.

De antemano, estoy disfrutando el momento en que la pájara los enseñe a volar. En primer lugar, los aleteos dentro del nido fortalecerán los músculos del vuelo; después el nacimiento y disposición de las plumas del ala, unas más largas más intermedias, todas están concentradas para que el ave suba, haga arabescos y descienda suavemente.

La pájara buena maestra, sabrá cuándo ha de dar el empujón decisivo. Ya cuando los pajaritos aprendan a volar, quedará el nido vacío.

Zamora, Mich., el 2 de septiembre de 1986, día de san Antolín.

Fotografía de Alberto Vázquez Cholico.

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