lunes, 14 de mayo de 2012

Doña Armida de la Vara - De lo cotidiano - Los Relámpagos de Agosto




LOS RELÁMPAGOS DE AGOSTO

He regresado de México a Zamora por la vía corta, pasando el Bajío. En pleno domingo, cuando se supone que la gente descansa todavía del ajetreo semanal, la terminal de autobuses está a reventar. Camiones y más camiones se estacionan para vaciarse y volver a llenarse. Allí no se nota la crisis, pues el alza de las tarifas parece no afectar la economía de esa multitud que, antes de tomar asiento en “la unidad”, se provee de tortas, refrescos, dulces, fruta, pan, palomitas y un buen tambache de cuentos y novelas de “monitos” que son devorados al unísono, sin importar el vaivén del camión en movimiento.


Salimos a tiempo, a la hora indicada, lo cual es algo extraordinario. y o no traía ni libro, ni periódico ni nada para leer; cuando viajo de día prefiero ver el paisaje y admirar los contrastes del verde con el rojo y amarillo de las flores del campo punteado con el blanco de las garcetas que, de perfil, tragan mosquitos y pescados a discreción.


 ¡Cuánto ha llovido estos días, Dios mío! A uno y otro lado de la carretera se improvisan arroyos y lagunas que incrementan su contenido con la incesante llovizna o la lluvia tormentosa y relampagueante. Las nubes negras se van aproximando como toros furiosos, echando chispas de electricidad en quebrados relámpagos, antes de oír el estruendo de la descarga que nos hace presentir horribles hecatombes.


Desde Querétaro hasta Zamora, camino más agradable con la com­pañía de Blanca Rocha, con quien coincidimos también en el viaje de ida, compartimos la visión del paisaje anegado de aguas apresuradas y espumosas. ¿Qué se hace todo ese caudal? ¿Habrá presas bastantes para recogerlo y guardarlo, como la hormiga previsora de la fábula para los tiempos de secas? Pregono mi ignorancia en ese sentido, mas mucho me temo que como viene esa agua así se va, no sin antes “agüetar” las milpas y dejar inconcluso el crecimiento del sorgo, que ya granado, pinta el paisaje de rojos y marrones.


Al llegar a Zamora, las cajas de agua rebosantes amenazan vomitar demasías hasta la carretera, esas cajas de agua, nidales de mosquitos que tiene uno que evadir a fuerza de pabellones repelentes y mágicos humos de hierbas olorosas. De todas maneras es bueno regresar a Zamora que, como su homónima española, “no se tomó en una hora”.

Zamora, Mich., el 19 de agosto de 1985, día de san Luis Gonzaga

Fotografía de Alberto Vázquez Cholico

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