miércoles, 30 de mayo de 2012

Apuntes para la Historia de la Villa de Tangancícuaro XIII - Martín Sámano Magaña


Bosquejo del panorama demográfico
de la comunidad en ese momento de su historia


Antes de dar principio a la relación del proceso de reconstrucción, dibujaremos a grandes pinceladas el panorama que presentaba la comunidad: con una población aproximada de mil quinientos
habitantes, integrada por tres grupos humanos de diferentes orígenes: el criollo formado por familias de origen español procedentes de la provincia de Santander; los que provinieron de los  países vascos: entre los cuajes como es de suponerse, jamás existió  ninguna relación de cordialidad (fenómeno social que aún prevalece en ambos territorios, no obstante su vecindad geográfica
situados en  las costas del mar Cantábrico).

El primer núcleo formado casi en su totalidad por las familias
Sámano, Quiroz y Galván, tenía sus hogares en el barrio
denominado el callejón, situado al sur de la actual población, cerca
del ojo de agua de Cupátziro. El segundo, que era el más numeroso,
en el centro y norte del poblado, formado, entre otras, por las
familias Arregui García, Aguirre, Navarro y Navarrete. Por último
las familias nativas de origen purépecha, más un pequeño número
de gente de color.

En esta época llegó al lugar la primera familia procedente de la
provincia de Andalucía, originaria de la ciudad de Sevilla, formada
por don Francisco González y sus hijos Leonor y Francisco, a la
que por el lugar de su origen, el pueblo la reconoció por la familia
Sevilla; apellido que, pasado el tiempo, adoptó ésta legalmente.

El 14 de marzo de 1833, llegó a formar parte de la comunidad
el señor Juan Nepomuceno Silva, propietario de la hacienda de
Noroto y vecino de Chilchota, después de haber obtenido el acuerdo
por decreto firmado por el gobernador del estado, general José Salgado,
para que su propiedad rural pasara a la jurisdicción de Tangancícuaro.

No quedaría completo este borroso paisaje demográfico, sin destacar
en él la recia figura de don Ignacio Jiménez, dueño de la hacienda
de Canindo (primitivamente llamada San José del Jaral) quien, con
su claro ingenio y vigoroso espíritu de laboriosidad rescató de las
aguas que cubrían las partes bajas del valle de la enorme ciénega,
las tierras que más tarde se convertirían en las más fértiles de la
región.

Es justo mencionar en este pasaje la figura del inteligente industrial
don Ignacio Robles, quien, después de reconstruir el primer molino de
harina que hubo cerca del poblado, propiedad de la hacienda de
Canindo, ubicado en el lugar hoy conocido como el molinito, donde
después de trabajar como empleado, lo obtuvo en arrendamiento,
amasando una considerable fortuna.


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