jueves, 22 de marzo de 2012

Doña Armida de la Vara - De lo cotidiano - Las cruces adornadas





LAS CRUCES ADORNADAS

Era un lindo espectáculo ver las cruces adornadas. Allá arriba de las construcciones ostentaban sus cintas de colores ondeando al aire. Arte efímero, como dijera de sus pinturas por un día José Luis Cuevas. La mano artista de un albañil anónimo escogió los colores y los fue combi­nando a su antojo, sabiamente, con esa sabiduría natural que nace no se sabe de dónde.

Uno no se explica cómo la ciudad está en plena construcción en una época en que los materiales suben desmesuradamente día a día; parece que la gente se ha apresurado a construir para ganarle la delantera a la guerra de los precios. Por dondequiera, en consecuencia, se ven materia­les de construcción en plena calle, obstruyéndola al tránsito y declarán­dola propiedad particular. En la Nueva Luneta permanece así una calle desde hace dos años. Cuando vine a vivir aquí ya estaba un carril en la calle obstruido, obligando a los automóviles a usar el otro carril en dos sentidos. Creo que una buena medida sería que las autoridades compe­tentes requisaran ese material para obras de interés social.

Pero les estaba contando de la hermosa costumbre de las cruces adornadas. Tras cada cruz hay un convivio. Los hombres de la pala y la cuchara festejan su día platicando, comiendo, bebiendo y, a veces, entre rasgueo s de guitarra, cantando. No falta quien, con la euforia del mo­mento, se tire al ruedo del baile.

Allí el parlanchín echa su cuarto a espadas; el contenido como don Carlos, no se sale de la raya jamás; hay otros que un poco aparte, beben su cerveza parsimoniosamente; callados "no más milando"; los jóvenes tímidamente, y a fuerza de animarlos, van tomando las rebanadas de jícama o sandía que se acaban a mordisco limpio, contra el aire. No faltan los que quieren platicar un poco con los dueños de la construcción, así se establece una comunicación "muy padre", como diría cualquier jovenazo de hoy. Así va uno sabiendo cómo ellos se ganan el pan nuestro de cada día; se entera uno de que la señora acaba de tener un bebé; que la hija va a la secundaria; que están haciendo un baño más grande y a propósito ahora que los hijos van creciendo.

Tortilla tras tortilla, la canasta se va vaciando, las cazuelas llenas un poco antes de sabrosa tinga, de arroz, de chicharrones en salsa verde declaran su sabrosura. Los hombres comen entre chascarrillos y risas y algunos, rezagados, prefieren entrarle a la bebetunga, hasta donde el cuerpo aguante. Es un convivio reconfortante y aleccionador que debiera darse con más frecuencia, forzando fechas y festividades. Cada ladrillo pegado, cada cimiento, cada columna, debieran ser motivo para dar gracias a los hombres de la cuchara y la pala.

Zamora, Mich., el 3 de mayo de 1985, día de la santa Cruz

Nota: la fotografía de la cruz adornada fue tomada de: ramoyam1.blogspot.mx

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