sábado, 19 de marzo de 2011

Personajes de Ario de Rayón, Michoacán - Don Alfredo Peña Ramos - Amparo Solís Barragán (Segunda parte)






Personajes de mi pueblo
Por Amparo Solís Barragán





Don Alfredo Peña Ramos
Exprisionero de guerra, practicante de las Bellas Artes,
deportista y al servicio de la Iglesia


De las bellas artes... 

En 1935, vino con su madre de visita a Ario, por cuestión económica no se pudo regresar inmediatamente a Estados Unidos y estuvo aquí por algún tiempo. Ocasión que aprovechó para tomar clases con Serafina, Tano y Marianita del Río, conocidas en ese tiempo como “Las Chinas”, personas que en su casa “daban clases a escondidas” a los niños que entonces no podían ir a la escuela, “era el tiempo de los cristeros”. Tano, impartía clases de pintura a quienes se inclinaban más por esa faceta. Allí Alfredo hizo su primer dibujo: “Una golondrina, muy bonita”.

Después se regresó a Estados Unidos, “pero a mí me llamaba mucho la atención lo mexicano”. “Me gustaban las bellas artes. En la prepa mis mejores calificaciones eran en la clase de dibujo y pintura. También participé en obras de teatro. Un día a la maestra de español se le ocurrió que yo, siendo mexicano, bailara el jarabe tapatío con una compañera güera.

Yo conseguí un sombrero y un rebozo. Ensayamos días con brinquitos que más bien parecían saltos de grillos. El día de la presentación me pintó bigote y quería que al final la güera se envolviera en el rebozo y poco a poco se acercara a mí para terminar sobre mi rodilla, al estar yo hincado, pero la güera no le atinó y los dos caímos al suelo, pero hicimos reír a la gente”, otra vez se le ilumina su rostro con estos bellos recuerdos y lanza sonora carcajada mientras mueve su cabeza en señal afirmativa.

A pesar de que eran muy pobres, Alfredo nos comenta que su mamá logró pagar clases de piano con un maestro que “me enseñó a tocar. A mí me gustó la música y el día de mi debut los ojos de mi madre radiaban de gusto por verme tocar. Desde entonces me nació el gusto por la música, también participé en la orquesta de la secundaria y en la banda escolar de la prepa”.

Ataviado con una camisa roja con vivos negros y blancos, mueve incesantemente su mano derecha, mientras la izquierda reposa sobre la mesa.

“Mi madre tenía un tocadiscos de cuerda y le gustaba tocar canciones de las Hermanas Aguila, La Torcacita y otros. También tenía un radio RCA Victor de onda corta y en las noches nos gustaba oír la estación XEW, de México, D.F.

Todas las noches había un programa de noticias mundiales y me gustaba sentarme en el piso con mi cabeza en las piernas de mi mamá. Al oír las noticias de la guerra en Europa, en el año 1939, mi madre me abrazaba y me decía: ay, hijo, qué bueno que estás muy chico para que te lleven a la guerra. Nunca pudo saber que me tocó ir en 1944 porque ella murió en 1940”.

A la guerra

Todos los jóvenes de 18 años estaban obligados a registrarse para el servicio militar y en julio de 1944 lo mandaron a entrenar en Tyler, Texas. Después de 6 meses de entrenamiento físico, técnico y mental, “me dieron órdenes de presentarme en Boston, Massachussets, para ser enviado al teatro de guerra en Europa, pero antes de eso me dieron permiso de despedirme de mi familia. Años después estaba libre en casa”.

Cambia la expresión de su rostro y con su dificultad para hablar el español, titubeante, trata de explicarme esta etapa difícil de su vida.

“El barco duró 22 días en un convoy hacia Europa y 2 días antes del año nuevo de 1945, desembarcamos en el puerto de LeHavre, Francia. De ahí en tren a Bélgica donde ingresé en la Segunda División Acorazada (de tanques). Más entrenamiento en Holanda y luego a Alemania. Tuve 5 meses de combate y dos días antes de cruzar el Río Elba (el último antes de llegar a Berlín, la capital), brincando de un tanque caí mal y fracturé mi pie izquierdo. Nos pasaron en lanchas y el día 14 de abril, un oficial alemán me tomó preso. Me subió a un tanque alemán con otros heridos y nos llevó a una ciudad grande”.

“Después de despiojarme y cambiarme de uniforme en LeHavre me regresaron en barco a Los United States y a casa para dos meses de recuperación del trauma y me dieron la triste noticia que tenía que ir a un hotel de lujo en la Playa de Miami, Florida, donde el tío Sam pagaba los gastos, nada más tenía que ver a un oficial psiquiatra cada semana. Pero como buen mexicano penitente, un día el capitán me dijo: ¿por qué estás chupando buenos dólares, cuando tienes tus dos brazos y tus dos piernas?, ¡vete a trabajar!”

El trauma psicológico fue el más fuerte que recibió Alfredo, pues “en casa me peleaba con mis hermanos, al pasar los trenes temblaba, me daba pavor con los truenos y me emborrachaba.

“Le dije al capitán: mire, señor, agarre todos esos dólares y haga un rollito y ¡métaselo por donde más le sirva! Nada más dijo: el que sigue”.

Terminó sus estudios de prepa en 1948, luego se inscribió en la Escuela de Arte de Chicago, pero un día, un compañero que estudiaba en México le dijo que estudiaran en México, que allá los dólares que daban a los veteranos de guerra rendían más (en ese tiempo la ayuda que recibía era de 15 dólares), y se fue a la capital en 1950, donde se inscribió en la Escuela de Pintura y Escultura “La Esmeralda”.

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