martes, 1 de marzo de 2011

El Puente sobre el río El Duero en Zamora, Michoacán



La ciudad de Zamora se fundó en uno de los valles más fértiles de Michoacán. Sus tierras estaban surcadas por un caudaloso río, al que bautizaron Duero, que nace en la cañada al sureste y se une con el río Celio al noroeste: frontera natural entre la antigua república de indios -Jacona- y la recién fundada de españoles.

Como dice Luis González, “si Zamora se denominó así por la oriundez zamorana de muchos de sus fundadores, el viejo río engendrador de lagunas no tenía por qué no llamarse como el que correa los pies de la Zamora hispana, máxime que es mucho más fácil decir Duero que Yorecuahapundanapu, que es su nombre tarasco y que significa río engendrador de lagunas”.1

La presencia del río modeló la vida de la villa, dándole fertilidad al valle, agua, pesca y paseos a sus habitantes, e inundaciones que les complicaban la vida en la época de lluvias. Efectivamente, el emplazamiento de la villa resultó estar peligrosamente cerca de un río que, caudaloso siempre, se desbordaba durante la época de lluvias. El agua entraba por las calles de la villa, convirtiéndolas en auténticos lodazales y obligando, según un documento del siglo XVIII, “a las mujeres a despedirse unas de otras hasta el tiempo de secas”.2

El río Duero, que era “tan caudaloso en su nacimiento como en su ocaso”, iba creando a su paso, según algunas descripciones, una suerte de pequeño paraíso, con la generosidad de los cultivos, aves, pescados de tres tipos, flores, ganados mayores y menores, de tal manera que era esta abundancia del territorio, “el mayor atractivo al ocio de sus moradores, que los hace vivir bien hallados”.3

Pero el río no solamente daba fertilidad a la villa, sino también su agua. Seguramente mientras Zamora no creció demasiado, el agua del río fue suficiente y estaba en condiciones de ser consumida por la población.



Pero en el siglo XIX, Zamora estaba creciendo a pasos agigantados; de 6,256 habitantes censados en 1822, la población era más de doce mil en 1836, es decir, el doble en menos de diez años.4 Era imperioso proporcionar agua potable a la población, porque la del río era insalubre, “sobre todo en la estación de aguas que cada libra de líquido contiene más de una onza de barro”.5

Para el final queda el problema que generó este comentario: para cruzar el río, se deben haber construido varios puentes, en distintas épocas. Hay por lo menos el registro de tres: el que se construyó en el siglo XVII; el que se levantó en el siglo XVIII6 -en 1782- y el que se levantó en el mismo lugar en el siglo XIX -en 1849 terminó la construcción-. Aunque parezca contradictorio, es más completa la información sobre la segunda obra, por la detallada cuenta que presentó el alcalde Francisco Benito de Jasso.

El puente debe haber sido muy sencillo y fuerte. En su construcción se usaron tezontle, arena, piedra y cal. El que también intervino fue el cura zamorano Br. Antonio de Sandoval y Rojas, quien hizo el diseño para el pasamanos.7 Esta debe haber sido la construcción que le dio nombre a la Madero, que era conocida como “la calle del puente que sale para el barrio de los Tecos” y que luego comenzó a conocerse como “la calle del Puente Nuevo”.

Poco más de cincuenta años más tarde, la ciudad ya había emprendido de nuevo la construcción de otro puente. En efecto, en 1847 se registró la realización de la obra.8 Pero no se inauguró sino hasta 1849, con una ceremonia de la que fueron padrinos el prefecto Mariano Villaseñor y el licenciado don Francisco Silva y en la que oficiaron el cura Francisco Henríquez y el presbítero Manuel Garibay.9 La obra fue financiada por el Ayuntamiento y tenía más pretensiones constructivas y estilísticas. Según puede observarse en algunas fotografías, en sus extremos tenía cuatro pilastras de muy buena altura, aproximadamente unos cuatro metros, rematadas cada una con un jarrón.10

Pero con el fin del río llegó también el final del puente. Después de gran cantidad de solicitudes, demandas e iniciativas, particulares condiciones políticas impulsaron una serie de obras que iban a beneficiar a la ciudad, pero muy especialmente a los hacendados de la región. Una de ellas fue el desvío del río Duero, que hizo surgir un río Nuevo, abierto por el general Pablo Rocha, quien al mando de los zapadores, cumplió con las indicaciones técnicas del ingeniero Federico Tafolla.11

Lentamente fueron apareciendo construcciones sobre el antiguo lecho del río: el Hotel Fénix, parte de la Maderería Valdés y últimamente -en 1988- el Mesón de San Fernando, un agradable restaurante que, lamentablemente, abrió sus puertas mutilando la parte poniente del puente.


Notas:
1. Luis González, Zamora  p. 22 Y p. 43.
2. Heriberto Moreno García, introducción y notas. “Zamora en 1789”. p. 98
3. AGI. Indiferente general. Leg. 108, f. 221.
4. Roberto Heredia Correa, Op. Cit., introducción y notas. p. 125.
5. Álvaro Ochoa. Op. Cit. p.127. El problema del agua potable se solucionó a principios de siglo -en 1903- cuando se introdujo el agua de Jacona.
6. Véase “La catedral” en este catálogo.
7. Arturo Rodríguez Zetina. Zamora... pp. 652-654.
8. “Apuntes para la geografía y la estadística del Estado de Michoacán”, p. 30.
9. Rodríguez Zetina. Zamora... p. 654.
10. El jarrón es una pieza arquitectónica en forma de jarro, con que se decoran edificios, jardines, galerías, etc. Ocupa generalmente la parte superior y sirve de remate. Fue uno de los elementos ornamentales más utilizados en el estilo neoclásico. Cfr. Vocabulario arquitectónico ilustrado. p. 270.
11. Luis González. Zamora. p. 114

(Texto publicado originalmente en la revista Entorno, de Ingenieros y Arquitectos de Zamora, A.C., con con la autoría de la doctora Nelly Sigaut, profesora investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán, y con datos aportados en su libro Catálogo Arquitectónico del Bajío Zamorano, Primera Parte: la Ciudad de Zamora, publicado por el propio ColMich. Las extraordinarias fotografías que ilustran los reportajes gráficos de Entorno son de Alberto Vázquez Cholico).

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