lunes, 10 de diciembre de 2012

Apuntes para la Historia de la Villa de Tangancícuaro XXII - Martín Sámano Magaña


La batalla de la Palma

En las primeras horas del amanecer de un día frío y nebuloso del mes de enero de 1866, marchaba una columna militar de más de tres mil hombres del ejército republicano, al mando del general Nicolás Régules, posiblemente con el propósito de atacar a la ciudad de Zamora, que estaba en poder del ejército imperialista.

A su paso por los once pueblos de la cañada de Chilchota fueron incorporados a ella un número aproximado de ciento cincuenta hombres nativos de la región que habían sido tomados de leva acompañados por sus esposas, muchas de ellas cargando a sus pequeños hijos en brazos o sobre sus espaldas.

Al descender de la cuesta que separa al pueblo de Chilchota de la
ranchería de los Nogales, aquella enorme fila daba la impresión de
ser una serpiente fabulosa, que reptando lentamente, prosiguió su
marcha por el camino que conduce a Tangancícuaro.

Al llegar a la hacienda de Noroto, se ordenó el alto a la vanguardia y
al resto de la columna. Al despejarse el horizonte de la densa niebla,
aparecieron en la más alta de las lomas de ese lugar, dos apuestos
jinetes que al parecer oteaban el valle que de ahí se domina en toda
su extensión; de improviso, uno de ellos descendió rápidamente al
lugar donde se encontraba el jefe de la columna y sin apearse de su
cabalgadura, dijo a éste: “Mi general, en las cercanías del puente alto
se ve venir a todo galope un soldado de los nuestros”.

El jefe de la columna ordenó al oficial fuera al encuentro del soldado,
que en realidad era uno de los exploradores. Al llegar es te último
ante el jefe precipitadamente le dijo: “Mi general, por el camino de las
partidas se ve venir una larga columna de soldados imperialistas que
bajando por el puerto de los lobos llega a poca distancia de la falda
del cerro del mirador”.

No más favorable se mostró la fortuna a la causa republicana en la
ranchería de la Palma, en las inmediaciones de Tangancícuaro. El
general republicano Régules, viendo que el general imperialista don
Ramón Méndez había distribuido su fuerza en puntos diferentes,
marchaba en su busca con sólo la columna del coronel Santa Cruz,
que situó su infantería en la mesa de la ranchería de la Palma, cerro
de la laguna y paso de la Carreta, parapetándose en una cerca y
apoyándola con su caballería en las Joyas de la Virgen, de Elías y
llano de Epejo.

La fuerza total de las tropas de Régules ascendía a tres mil
Hombres, siendo mil ochocientos de caballería. El general
imperialista don Ramón Méndez hizo el reconocimiento de la
posición que ocupaban sus contrarios y dispuso el ataque. La fuerza
con que Méndez había tomado aquel rumbo aunque muy inferior en
número, era de las más aguerridas que tenía el ejército mexicano
imperialista; mientras en la de Régules había mucha gente que había
sido cogida de leva hacía poco, y que, por lo mismo, carecía de
la instrucción necesaria en el manejo de las armas y en las
evoluciones.

Sin embargo, el resto de la gente estaba acostumbrada
a los combates y se componía de gente valiente, aunque escasa de
equipo y fatigada por las largas y continuas marchas que se veía
obligada a hacer con frecuencia para burlar los planes combinados
de las columnas móviles destacadas en su persecución.

“Hecho el reconocimiento por el general imperialista don Ramón
Méndez, y dispuesto, como he dicho el ataque, se emprendió éste
con todo vigor por una y otra parte. Era el 26 de enero cuando se
verificó este encuentro, que fue verdaderamente reñido .

Hubo momentos en que los republicanos llegaron a envolver a sus
contrarios, a apoderarse de un cañón, matando a todos los artilleros,
y a poner en el mayor aprieto a las fuerzas imperialistas; pero en
aquella crítica situación, el coronel Santa Cruz, con doscientos
jinetes del regimiento a su mando y el comandante Ceballos con el
resto del batallón del Emperador, cargando en columna cerrada
sobre los flancos republicanos, arrollaron a estos hasta sus
posiciones, rescatando el cañón y obligándolos a abandonar a un
número no escaso de imperialistas que habían hecho prisioneros ,

Recobrada la pieza de artillería, acometieron con extraordinario
vigor las posiciones. Los republicanos sostuvieron valientemente el
choque; pero después de tres horas más de combate, se vieron
precisados a emprender la retirada en diversas direcciones, a las
siete y media de la noche, dejando sobre el campo de batalla ciento
ocho muertos de la clase de tropa y algunos jefes y oficiales, todas
sus municiones de fusil y cañón, mucho armamento y bastantes
cargas de diversos efectos.

El número de prisioneros que cayó en poder de los vencedores,
ascendió a cuatrocientos diez y ocho hombres, entre ellos algunos
oficiales. Los imperialistas tuvieron veintidós muertos del 4º
regimiento del Escuadrón de la Piedad y de rurales de Ario. El
combate de la Palma se consideró como uno de los más
importantes que se habían dado desde hacía algunos meses en el
estado de Michoacán (Historia de México, tomo XVIII, pág. 45).

Ya entrada la noche, cuando el acre olor de la pólvora se había
disipado, perforando el manto que cubría el campo de la muerte,
aparecieron por diversos rumbos del llano de Epejo, como rojas
luciérnagas que se movían por diversas direcciones, antorchas de
algunos vecinos de la cercana villa que venían en busca de armas u
otros objetos de valor que ambos contendientes hubiesen dejado
abandonados.

El ulular del viento helado que descendía de a cercana selva, los
dolorosos ayes de los agonizantes, orquestaron una macabra sinfonía
de la que se escuchó, como nota doliente. el llanto de un niño, al
que , después de afanosa búsqueda, encontraron tras una cerca
doble, al lado del cadáver de un oficial republicano.

Aquel niño de piel blanca, ojos claros y de una edad aproximada
a los 8 años, fue llevado al pueblo de Tangancícuaro, donde,
después de varios trámites legales, fue adoptado como hijo por
el señor Trinidad Maciel, siendo registrado en la parroquia
con el nombre de Jesús, quien por su comportamiento, su forma
de expresión moral semejante a la de la gente del norte de España,
llegó a aceptarse la posibilidad de que fuese hijo del general Régules
o de alguno de sus familiares cercanos. En la actualidad vive aún
en esta población, una hija de don Jesús, llamada Glafira Maciel
de Guerrero, cuyos nieto conservan aún las características fisonómicas
y el color de la piel de don Jesús.


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