El 20 de octubre de 1878 fue consagrado obispo de Zamora, diócesis a la que sirvió con celo durante treinta años.
A partir de mayo de 1879 recorrió palmo a palmo toda su diócesis, visitando hasta los más apartados rincones y afianzando la fe de los pueblos, pues a la par de la visita canónica llevó a cabo una intensa misión reevangelizadora, mediante la predicación, la confesión sacramental, reforma de costumbres, disciplina del clero y administración eficiente.
Fue muy cuidadoso en el manejo de los diezmos que se convertían en múltiples obras de caridad, y no permitió que las semillas de monopolizaran en detrimento de los pobres.
Todo ello se complementó y expresó en un auge de construcciones de la Iglesia: templos, capillas, ya nuevos, ya renovados, así como en escuelas parroquiales, asilos y hospitales.
Baste mencionar algunos de la sede zamorana: la iglesia de Guadalupe, hoy de San Juan Diego, la remodelación de la catedral ya existente; los inicios de la grandiosa nueva catedral, 1898, hoy Santuario Guadalupano; remodelación de San Francisco y de La Purísima, construcción del Sagrado Corazón, inicio de San José.
El seminario fue “la niña de sus ojos”. Se construyó en 1879 y 1884. Trabajó porque los seminaristas adquirieran íntegras costumbres y auténtica piedad, así como solidez doctrinal y científica; abrió el Seminario a los externos y creó la cátedra de Derecho, para cuyos alumnos escribió un tratado De iustitia et iure. Fundó seminarios auxiliares en diversas poblaciones.
Privilegió la educación de la mujer, para la que estableció un centro de formación en Zamora llamado “Asilo de Niñas”; a este centro acudían niñas de todos los puntos de su diócesis, muchas de las cuales se reintegraban a sus poblaciones, siendo luego las maestras en aquellos lugares.
Instituyó la Casa de la Misericordia para la formación de la madre soltera. Se hizo cargo del Hospital Civil de Zamora, al que se le llamó Hospital San Vicente de Paúl. Estableció Montepío para beneficio de los pobres.
Y sobre todo fundó, en 1884, una perdurable congregación femenina destinada a la educación: el Instituto de las Hermanas de los Pobres Siervas del Sagrado Corazón, y con ellas difundió, en su vasto obispado, la enseñanza primaria y los rudimentos en la doctrina cristiana.
Cuidó la formación de los pueblos indígenas, y puso mucha atención a la región tan abandonada de la Tierra Caliente, así como a la ciudad de Uruapan donde había proliferado el protestantismo y la masonería.
Estableció en Zamora a las madres Capuchinas; facilitó la estancia de los Hermanos Maristas – a quienes encomendó la Escuela de Artes y Oficios para la formación de los obreros – y la de las Siervas de María, cuyo apostolado específico es la atención a los enfermos en sus hogares; coadyuvó al establecimiento del noviciado de los jesuitas en la hacienda de El Llano. Se propuso establecer, aunque no lo pudo realizar, la fundación de una escuela de agricultura en Vista Hermosa, dirigida por padres salesianos. Sufrió dos atentados, de los cuales salió bien librado.
El también Siervo de Dios, Antonio Plancarte, fue párroco de Jacona donde fundó una congregación femenina dedicada a la educación y promovió la formación de seminaristas en Roma. No acató algunas disposiciones del obispo Cázares, considerando tal vez que no era del clero incardinado a la diócesis, sino del arzobispo de México, cuyo prelado Pelagio Antonio de Labastida era su tío. Radicó luego en México, donde prosiguió su obra educativa, fue predicador infatigable y llegó a abad de la Basílica de Guadalupe cuya coronación pontificia promovió.
Preconizado obispo, algunos miembros del cabildo de la basílica se opusieron por conflictos que habían tenido con él, escribiendo su punto de vista a Roma. El obispo Cázares no tuvo que ver en ello. Pero luego, preguntado por autoridades del Vaticano y por el delegado apostólico, Cázares lacónicamente informó en conciencia su antigua relación con el Padre Plancarte.
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