Son pocas las noticias que se tienen de este arquitecto, a quien tradicionalmente se considera nacido en Tlazazalca y discípulo de Eduardo Tresguerras. Parece haber trabajado exclusivamente en el estado de Michoacán, pues se consideran obras suyas, además de esta parroquia, el proyecto del templo del Calvario, en Zamora, en 1830; el altar mayor del Santuario de Guadalupe, en Morelia, en 1840 ó 1850; y la iglesia parroquial de Tlazazalca, comenzada en 1840 y que guarda una notable relación formal con la iglesia de Zamora.
A pesar de opiniones de algunos ingenieros y arquitectos de finales del siglo pasado y de principios del XX, que realizaron intervenciones en la construcción, por la descripción del plano, es notorio que la misma estuvo concebida desde sus orígenes con cúpula y dos torres, aunque éstas se construyeron de dos cuerpos y no de tres, como estaba previsto.
En efecto, a pesar de los cambios políticos que ocurrieron en el país a mediados del siglo XIX, hacia 1860 la iglesia estaba terminada, aunque sin torres, ni balaustradas ni barda exterior. Así la sorprendió la erección del nuevo obispado, el 26 de enero de 1862 y así fue consagrada, el 8 de mayo de 1867, para evitar que fuera ocupada por las tropas, aunque distaba mucho de estar terminada.
Cuando la parroquia se convirtió en catedral, se realizaron algunas reformas necesarias para su funcionamiento, como el emplazamiento del coro en el presbiterio, para permitir la reunión de los canónigos alrededor del obispo. Pero algunas otras obras fueron provocadas por fallas en la estructura, algunas de tal magnitud, que en 1871 el informe del arquitecto Carlos Cornedi aseguraba que la estructura no podría recibir el peso de las torres y que, de hacerlas, ten¬drían que arrancar del piso.
A pesar de tantas opiniones, el encargo de levantar las torres fue aceptado por Romualdo Mares, quien las terminó el 27 de agosto de 1879 y ocho años después, en 1887, empezaron a desplomarse. De ahí en adelante, las torres de la catedral sufrieron muchos tropiezos, provocados fundamentalmente por la falta de pilotaje, porque la cimentación no tenía ni dos varas (ó 1.67 metros) y por el piso de aluvión. Su debilidad estructural las hizo presa fácil de los movimientos sísmicos y desde entonces han sufrido diversos problemas de cuarteaduras y desplomes.
El vocabulario formal seleccionado para esta obra se relaciona claramente con el estilo neoclásico, como el frontón triangular de la portada; las columnas de capitel jónico y corintio con fuste acanalado; el friso que remata el primer cuerpo, así como las guirnaldas que ornamentan la fachada. Sin embargo, la articulación de estos elementos provoca una sensación de movimiento y de claroscuro más vinculado al estilo barroco que al neoclásico. El resultado de esta asimilación vernácula de ambos estilos fue interpretado por un historiador de la importancia de Francisco de la Maza como un “estilo barroco republicano”.
(Este texto fue publicado originalmente en la revista Entorno de Ingienieros y Arquitectos de Zamora, A.C. y sintetiza un capítulo del "Catálogo del Patrimonio Arquitectónico del Bajío Zamorano. Primera Parte: La ciudad de Zamora", de la doctora Nelly Sigaut, profesora-investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán. Las extraordinarias fotografías que ilustran los reportajes gráficos de Entorno son de Alberto Vázquez Cholico).
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