domingo, 27 de diciembre de 2009
Y se hizo la iluminación - Jaime Ramos Méndez
(Texto publicado originalmente en el Semanario Guía en marzo de 2009).
(Fotografía de mi amigo José Luis "Pepe" Espinoza)
Se respiró aire de historia aquella noche en la explanada frente al Santuario. Son de esos días que se escriben en algunos libros; luego los viejos pueden contar “yo estuve allí”. Ante la imponente fachada se instaló la expectativa, el ánimo de un triunfo a punto de coronarse, la cuenta regresiva expirando los últimos minutos de la penumbra.
Los convocados a la cita llegamos por los más diversos caminos y todos convergimos en el mismo ánimo, arropados por la música que anunciaba la inminente realidad del presagio. Los protocolos se anudaron entre los personajes y la persona en todos: los coincidentes y la presencia intangible de los ausentes necesarios.
Se vertieron textos intentando desgranar la gran mazorca de lo grandioso. Se evocaron los afanes que se pusieron en juego. Se pulió la superficie de las voluntades. Se agradeció a granel.
Impasible la fachada como telón de fondo. Como si hubiera esperado más de cien años para estrenar su nuevo atuendo de luz y ahora, frente a nuestra expectativa, tuviera menos prisa que nunca.
Los Verseros ya le han cantado como Señora del Duero, deshojando todas sus historias. Los coros que han venido de Morelia y de La Gran Familia enmarcaron ya el ambiente con una aureola que no encuentra techo en el cielo generoso que ha retirado completamente un coqueteo de lluvia tempranero. Lo oficioso y lo cultural ha tenido su lugar. No hay más que dar paso al acontecimiento que reduce la historia a un solo instante.
Tres manos empuñan tres palancas que accionarán el antes y después en la biografía del Santuario y se sumarán a las manos de quienes han firmado acuerdos que desatan voluntades y a las manos-de-obra artesanas de los obreros que han levantado el edificio en toda su plenitud. Tres manos que representan voluntades que convergen desde rumbos distintos entre la gente y sus generaciones. Tres brazos que accionan una voluntad centenaria en las personas de Javier, Leonel y Alfonso.
La luz se toma su tiempo. No se regala en un instante. Se vierte paulatina, sin prisa. Con derroche de paciencia se desdobla sobre la fachada. Es como un velo que se eleva con la suavidad de una caricia y descubre a cuenta gotas la belleza que va iluminando. Cuando ha llegado a plenitud nos deja atónitos frente a ella. Por unos instantes con sabor a eternidad la música no canta, los discursos elocuentes han callado. En una experiencia mística sólo nos dedicamos a la contemplación.
Logramos murmurar: a ver, espérenme. Nadie nos dijo que así sería. Sabíamos que se vería muy bonita y todo, pero esto que llena nuestros ojos nos desborda. ¿Qué hicimos para merecer todo esto? Zamora ya es otra desde este instante. Que esta luz ilumine también nuestra zamoranía. Qué bien sabe este orgullo. Esto es más… siempre más.
No nos queremos ir. Estamos contemplando el alumbramiento de una nueva era. Logramos despojarnos del complejo que nos bloquea el sagrado derecho al optimismo. Queremos seguirle con más y más aún. Es que hay tanto qué iluminar en nuestras vidas.
Atrás quedó La Inconclusa. Ahora tenemos la luminosa. Hay tantas cosas que concluir en Zamora. Y tantas otras qué emprender. El Santuario bien puede ser ese primer Gran Faro que guíe nuestros afanes de ser mejor ciudad para todos. Que desde esta Ciudad Luz que queremos ser se reactive la esperanza en esta tierra que, generosamente, ha sido colmada de bendiciones desde el comienzo de los tiempos.
Hay una palanca activadora de este milagro que hay que seguir bajando para que la luz se haga. Será como una oración que desde Zamora se eleve a las alturas. Habrá que hacerla cotidiana. Tal como Dios manda.
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