María Luisa - Novela por entregas XXVII - Jaime Ramos Valencia








Post scriptum



Más de año y medio me llevó este “primer intento” de
escribir, al que le estoy poniendo punto final.

Al recién haber cumplido setenta y tres años,
teniendo cinco hijos, habiendo plantado más de un
árbol, cumplimento el refrán chino con haber también
escrito un libro.

Hace también cien años, en los “tiempos de la
Revolución que no acaban”, hubo mujeres que sin ser
“adelitas”, ni “soldaderas”, sufrieron desde la trinchera
de su hogar, en su casa en el pueblo, o en su rancho
en el campo, los embates, la zozobra y los miedos de la
violencia. Merecen ser recordadas.

El bandolero Inés Chávez robó y destruyó dos
veces la tienda de mi abuelo paterno don José Adalberto
Ramos García en Ecuadureo; se vino a Zamora
con la mala suerte de que en esta ciudad lo volviera a
saquear.

Este hecho sucedió el 12 de noviembre de 1917, según consta en el “Reporte
de novedades” que el comandante de policía Francisco Torres, envía al
C. Presidente Municipal, donde en uno de sus párrafos escribe: “Por las
mismas chusmas fueron saqueados los comercios siguientes: el del señor
José Ramos, situado en la calle de Hidalgo y Cázarez…”.

Mi abuela era entonces una señora de treinta
y tres años, sus hijas mayores dieciséis y quince años,
mi papá solo diez años.

La familia de mi mamá es oriunda de Cotija. Mi
abuelo Jorge Valencia Zepeda, a pesar de las fuertes
raíces que lo ligaban al terruño, decidió trasladar a su
familia a Guadalajara. Corría el año de 1912, mi madre
tenía solo cinco años.
Ese mismo bandido secuestró a mi suegro para
pedir rescate a su padre quien era el administrador de
la Hacienda de La Luz. El padre de mi esposa, Cornelio
Méndez Gómez, logró escapar de sus captores.
Con esa información de primera mano y los escritos
de tanta gente que han versado sobre esa época,
inventé una historia, donde se entreteje mi imaginación
con la historia real; donde se entretejen también las
frases con que yo cuento mis relatos, con las frases con
las que otros describieron aquellos momentos; haciendo
con todo ello como un collage.

Jaime A. Ramos Valencia


Bibliografía

Morales García, Rogelio
Santo de Palo ¡pero milagroso!
Morelia, Ed. del autor, 1985.

Ochoa Serrano, Álvaro
Chávez García, vivo o muerto…
Morelia, Morevallado Editores, noviembre de 2005.

Romero Vargas, José
Cotija, cuna de trotamundos
edición particular de Leonel Tinajero, José Guizar Oseguera
y Raymundo Gonzàlez Barragán, 1973.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Fray Jacobo Daciano - Texto de don Ramón Pardo Pulido (séptima parte)

Procesión en honor a Fray Jacobo Daciano en Tarecuato, Michoacán.
Fotografía de Jaime Cristóbal López.

El señor Cura Pbro. D. Baltazar Espinosa, que ya tiene muchos
años de residir en Tarecuato, amablemente nos mostró el lugar, el
rincón de la alcoba, en donde se extinguió la vida terrenal de Fray
Jacobo. En el mismo sitio, exactamente, duerme ahora el señor Cura
Espinosa.

En una de las paredes, hay un pequeño cuadro impreso, con
un sencillo marco de madera, que dice:
“En este ángulo de la sala durmió en el Señor, el día 13 de julio
de 1877, el Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. José Antonio de la Peña
y Navarro, primer Obispo de Zamora”.-“Septiembre de 1923.
Pbro. Felipe Torres”.

El Padre D. Felipe Torres, fue nativo de Tarecuato, allí vivió
por muchos años, y allí murió. El fue quien mandó poner ese recuerdo.

Y nos relató el señor Cura Espinosa, lo siguiente: Que el señor
Obispo había salido de Zamora a una de sus visitas pastorales.
de las poblaciones de su diócesis. Llegó primeramente a Santa Mónica
Ario, enseguida a Santiago Tangamandapio, después a Tarecuato
y a Tingüindín y de este lugar por Guátzcuaro a la población
de Jaripo. Que en esta población se agravó de sus enfermedades, y
entonces, presintiendo seguramente su próxima muerte, pidió a
quienes lo acompañaban, que no lo llevaran a Zamora, sino precisamente
a Tarecuato, “para tener la dicha de morir en el mismo sitio,
en que murió un santo”. “Y Dios quiso seguramente, haberle concedido
esa gracia”.

Vimos cómo rejuvenecido el naranjo agrio, que lleva seguramente
cerca de los cuatro siglos de haber sido plantado. Efectivamente está
su follaje de primavera, se podría decir que como con mayor alegría,
que cuando lo vimos hace más o menos veinticinco años.

Sus recias columnas de cantera, del exterior del convento, y del
patio del mismo, semi monolíticas; una pila de cantera, también en
el patio principal, de un metro y medio en cuadro, aproximadamente,
y labrada en una sola pieza.

Y ahora el señor Cura acaba de adquirir una muy bonita copia
o reproducción al óleo, del retrato de Fray Jacobo, que se conserva en
Tzacapu.

Recordamos, como antes decíamos, que más o menos hará veinticinco
años, recorrimos los mismos sitios; pero entonces el convento
estaba deshabitado, y acababa de ser por varios años, cuartel, por lo
que se podrá comprender el estado en que lo conocimos.

En esa ocasión fuimos para acompañar a un Inspector de Bienes
Nacionales, que traía la misión especial de buscar un cuadro, de
muchísimo valor, que habiendo sido un regalo a Fray Jacobo de sus
parientcs de Europa, estuvo por varios siglos en el convento de Tarecuato.

Se trataba de un cuadro de tema religioso, que no se sabía a punto
fijo cuál era, pero de una auténtica obra de “Murillo”.

Naturalmente nada se encontró en Tarecuato, ni la más mínima
información sobre dicho cuadro, que nadie había conocido en el
convento.

Algún tiempo después, dicho Inspector nos informó, que el cuadro
lo buscaban, porque el gobierno había interceptado correspondencia
en que de México lo proponían en venta al Museo del Prado de
Madrid, y que había sido ya localizado y recogido en el puerto de
Vcracruz. Se encontraba ya exhibiéndose en el “Museo de Arte religioso'”
en la Ciudad de Puebla.